Muchos lloraron, lloran y llorarán en el desarrollo de la quinta película animada y a todo color que los estudios de Walt Disney estrenaron el 13 de agosto de 1942. “Bambi”, basada en el cuento homólogo “Bambi, una vida en el bosque” («Bambi, ein Leben im Walde» del original publicado en 1923 por el austriaco Felix Salten) con los ajustes “correctivos” acostumbradas en esta compañía cinematográfica. (La banda sonora débese a Edward H. Plumb con la colaboración de Robert Sour, Henry Manners, Helen Blss, Frank Churchill y Larry Morey para conjuntar las diversas canciones integrantes.)
El dolor de los espectadores por la cruel muerte de la madre del personaje encandila nuestro juicio ante la realidad cotidiana. Olvidamos acomodaticiamente la desequilibrada lucha por la sobrevivencia de las especies entre las especies y es fútil el llanto cuando la agresión en la compra y venta de animales conlleva una gran mortandad entre nuestros compañeros de vida, con el sacrificio de ellos en el redondel, su sufrimiento en los circos y el aristocrático envilecimiento humano de la cacería.
La moda exige sus pieles, la gula sus carnes y el juicio errado algunas partes de sus organismos para restañar la vitalidad perdida en el embrutecimiento de los placeres “humanos”.
Esopo, Fedro, Félix María de Samaniego, LaFontaine, Tomás de Iriarte y decenas de fabulistas adornan los libreros y enfatizan nuestra cultura general mientras la vida niega toda validez a las emociones asentadas en sus fábulas.
Allá afuera late el corazón del cuervo, del coyote, de la tortuga y de las miles de “alimañas” que afean el paisaje y agreden con su existencia nuestra tranquilidad civilizada. No carecemos de argumentos para el exterminio de las vidas, la instrucción nos da las armas, el derecho y un pensamiento retorcido para ver que el plumaje queda mejor en nuestra grotesca anatomía que en la del poseedor original, que es de mayor utilidad la piel en el calzado que protectora cubierta para la bestia anónima.
Ellos son nuestro sustento alimenticio y adorno depravado en jaulas fastuosas, diversión para toda la familia y vertedero de nuestra insania cultural. A favor de ellos creamos decretos con un montón de paréntesis y salvedades y ni siquiera allá en el paraíso recuerdan que ellos son vida en nuestra subsistencia, que son muestra del mismo milagro que nos mantiene y que en esto vamos juntos en dependencia. Para ellos inventamos reservas y a nuestro capricho el número de ejemplares preservados.
Está bien que a la sensibilidad humana hiera y lloren con la muerte de la madre de Bambi. Porque nadie llorará por la muerte y mutilación de otras madres, otros padres y otros retoños animales a los que ningún hábil animador de dibujos pone en el estrellato de las carteleras mientras ignoramos los achaques de los animales forzados a realzar actividades impropias a su anatomía en circos y en tanto aplaudamos cultamente su muerte en ferias, temporadas y safaris protegidos por el beneficio económico. Pero ni gimotear, pues si hasta su Creador les olvidó qué esperanzas les ofrecerán los decretos protectores cuando representan el tercer lugar en ingresos ilegales, porque no hay llanto para un ocelote huérfano y los cóndores penosamente vuelan otra vez, cuando al berrendo lo tazamos por su edad y a los reptiles por su piel…
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