Según datos de la ONU, representan algo más del 40% de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo y desempeñan un papel catalizador hacia el logro de los cambios económicos, ambientales y sociales transformadores necesarios para el desarrollo sostenible.
Trabajan como agricultoras, asalariadas y emprendedoras, labran la tierra, plantan y cultivan los alimentos que brindan a sus familias y que llegan a las mesas de la población alrededor del mundo.
Pese a ser actores clave en la agricultura, a menudo no tienen acceso a los insumos y recursos de producción, y sin una estrategia de apoyo, su inclusión, su capacidad de acción, toma de decisiones y su resiliencia se ven amenazadas aún más por la crisis alimentaria y económica mundial y los devastadores efectos del cambio climático
De acuerdo con el Índice Global de Seguridad Alimentaria (GFSI) 2022 elaborado por Economist Impact y respaldado por Corteva Agriscience, de las 113 naciones contempladas en la métrica de “Empoderamiento de las mujeres agricultoras”, el promedio resultante de importancia es de solo el 28.3%, y pocos países tienen una política para apoyar a las mujeres y mejorar su acceso a los insumos.
Los desafíos que siguen enfrentando las mujeres rurales son la equidad de género, diferencia de ingresos, acceso a financiamiento, educación y capacitación. Como señala ONU Mujeres, las campesinas sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento.
Por su parte, del estudio que realizó Corteva “Mujeres en la Agricultura” para analizar la vida y preocupaciones de más de cuatro mil productoras en 17 países, donde el principal hallazgo fue que 9 de cada 10 mujeres estaban orgullosas del trabajo realizado en el campo. Pero el orgullo no se traducía necesariamente en felicidad o satisfacción debido a la desigualdad de género. La divergencia involucró salarios más bajos, menos acceso al financiamiento, educación y capacitación con respecto a los hombres.
De hecho, tres de cada diez mujeres sienten que tardará de 10 a 30 años en que se genere equidad total en el campo. Al respecto, las encuestadas identificaron tres barreras clave para la igualdad de género: salarios más bajos que los hombres, menos acceso al financiamiento y falta de capacitación.
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