El morado representa el espíritu, la fuerza interna del ser humano y el morado, precisamente, es el color que prevalece y simboliza la fuerza espiritual de los habitantes de Iztapalapa, en los días de Semana Santa, cuando más de dos millones de espectadores asisten a la representación centenaria del Vía crucis de Viernes Santo que culmina con la crucifixión en el Cerro de la Estrella, habilitado de Monte Calvario.
Por la fuerza en la expresión de los aproximadamente 7,000 artistas nativos que participan en la bíblica representación a partir del Domingo de Ramos, este Vía crucis ha ganado fama mundial. Por la vía satelital, la televisión transmite a los cinco continentes, tan original representación de la Vida, Pasión y Muerte de Cristo. Por este medio, los organizadores calculan que el número de espectadores puede ser superior a los 800 millones de seres humanos.
Desde el Domingo de Ramos, el centro de Iztapalapa se convierte en la representación lugareña y contemporánea de la Jerusalén de los tiempos de Cristo.
El color morado lo invade todo, como si se tratara de hacer patente que las convicciones religiosas unen fuertemente a la gente de Iztapalapa que nació fuerte en la historia de México, cuando uno de sus hijos distinguidos, Cuitláhuac -único héroe durante la conquista -, hizo huir a Cortés aquella noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, en lo que se conoce como “La Noche Triste”.
Los “nazarenos”, en estos días, inundan materialmente todos los espacios. Con sus túnicas moradas, sus pies descalzos, sus sienes con corona de espinas, y su cruz a cuestas, todo en señal de arrepentimiento de culpas y de penitencia. Estos personajes conforman un colorido espectáculo.
En 1842, según la tradición iztapalapense, empezaron las representaciones “para rogar clemencia al Creador por la epidemia del cólera morbus que amenazaba exterminar a la población. Surgido de la fe del pueblo, el Vía crucis de Iztapalapa tiene, por tanto, 167 de ser representado anualmente. Emiliano Zapata, el Caudillo del Sur, en 1814, apoyó dicha celebración y facilitó caballos.
Una imagen de aquellos años de angustia por el cólera morbus, la transmitió el célebre cronista Guillermo Prieto, referida a dicha epidemia en 1833 en la Ciudad de México. En su libro, “Memorias de mis Tiempos”, apunta:
“Las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de algunos que corrían en pos de auxilios; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con mil luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos en cruz y derramando lágrimas… A gran distancia, el chirrido lúgubre de carros que atravesaban llenos de cadáveres… Todo eso se reproduce hoy en mi memoria con colores vivísimos y me hacen estremecer”.
Es sabido que entre el pueblo de Iztapalapa, en las horas de pruebas supremas, acude al Creador para buscar la salvación y no perecer. En esta forma, la Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo escenificada en Iztapalapa, es un canto de fe y esperanza, es una representación que tal como lo refleja el morado de los nazarenos, transmite la fuerza interna de los iztapalapenses que en la segunda mitad del Siglo XIX estuvieron en peligro de desaparecer por el cólera morbus.
El Cristo de Iztapalapa, representado por un joven nativo, es el símbolo de esa fuerza interna transmitida, ininterrumpidamente, desde hace siglos, cada Viernes Santo.
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El gimnasio “Gloria” – F. C. de Cintura, Hortelanos y Albañiles -, tiene los méritos suficientes para que se le llame “Raúl ‘Ratón’ Macías”. Allí, el recién fallecido campeón mundial gallo inició su carera boxística, igual que quienes sólo lo hicimos por mero deporte. Hay que regenerar Tepito con el ideal deportivo. Debe ser extirpado el del narcotráfico y volver la época de los jóvenes que dieron gloria y fama al barrio.
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