Para las culturas mesoamericanas, la observación de la naturaleza fue de vital importancia, la astronomía jugó un papel fundamental con el análisis de los astros y de fenómenos como los solsticiales y lunares, aunado a los conocimientos tanto del entorno como de los sucesos atmosféricos, los cuales fueron artífices de un pensamiento y de una cosmovisión que a la fecha perduran.
Justamente, los fenómenos meteorológicos aún convocan una ritualidad que data de la época prehispánica en la Sierra de Texcoco (cumbre superior de la Sierra Nevada que reúne los pueblos de San Juan Totolapan, San Jerónimo Amanalco, Santa María Tecuanulco, Santa Catarina del Monte y San Pablo Ixayoc), región nahua que se encuentra a 40 kilómetros al oriente de la Ciudad de México, cuya cercanía ha generado muchos cambios en sus costumbres, pero aún conservan en algunas comunidades la lengua y una cosmovisión esencialmente precolombina.
Al respecto, el etnólogo David Lorente y Fernández, investigador de la Dirección de Etnología y Antropología Social, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), indaga los sistemas de etnometereología nahua y sus rituales, personificados en la figura de “Los Graniceros”.
“Se trata de personas que controlan el tiempo atmosférico, conocidas con el nombre de graniceros; que son los intermediarios entre los pobladores de la comunidad y los seres que traen la lluvia, que producen los rayos y los fenómenos meteorológicos. Son personajes que no son visibles, viven ocultos y por lo mismo, no es fácil acceder a ellos”, explicó el investigador.
“El 3 de mayo es el día que se abre el temporal, y el rito consiste en hacer una petición a los ahuaques, seres que controlan los fenómenos atmosféricos, para que traigan las lluvias, y más o menos coincidiendo con el Día de Muertos, es el cierre del temporal, donde se agradece que las precipitaciones hayan sido buenas para los cultivos”, dijo.
En dicha región se encuentra el Monte Tláloc ─con 4,120 metros de altitud─ que alberga las ruinas de un santuario prehispánico, en el que, en la época de los mexicas, se hacían rituales muy importantes al dios de la lluvia en una fiesta que se llamaba Huey Tozoztli, que tenía lugar alrededor del 29 de abril de nuestro calendario. En la actualidad, los graniceros siguen haciendo peticiones de lluvia en los restos de lo que fue el templo, destruido en el siglo XVI.
“A los graniceros la gente de las comunidades los define como ‘los que entienden el tiempo’, el cual no tiene el mismo sentido que conocemos, aunque se refiere a un tiempo atmosférico”.
Los orígenes de los graniceros se remontan a la época prehispánica, donde se ubican dos personajes de los que pudieron surgir: los sacerdotes oficiales del imperio mexica, y una especie de magos locales de los que no hay tanta información por varios motivos, entre ellos, porque al Estado imperante no le gustaba que hubiera una oposición a su dogma.
Explicó que “hay documentos coloniales que nos permiten saber de la existencia de graniceros o pregraniceros en otras regiones. Aunque no contamos con registros escritos de la Sierra de Texcoco, mi tesis es que debieron existir personajes muy cercanos a ellos en esta región. La memoria oral conserva aspectos codificados muy importantes de la historia.
Las entrevistas con los graniceros actuales nos revelan que tienen un conocimiento muy antiguo del paisaje y del sistema de regadío de Texcoco, que raramente lo podrían tener sacerdotes oficiales que se hubieran desplazado desde la capital mexica para realizar ritos en la sierra durante la época prehispánica; así pues, podemos hablar seguramente de la existencia de graniceros ‘prehispánicos’ en Texcoco.
“Mediante el golpe de rayo, los graniceros reciben de los espíritus ‘dueños del agua’ el don para conjurar el granizo, retirar los rayos, los fuertes vientos, los aguaceros y las diferentes clases de nubes que originan las tormentas: las ‘víboras’ o ‘culebras de agua’ (mexcoatl), oscuras y semejantes a tornados o remolinos descendentes que arrasan las milpas; las nubes de granizo propiamente dichas, grisáceas y con el vientre ennegrecido (a las que se refieren con el término tecihuitl, granizo), y las ‘bolas de nubes’ (mextolontli) generadoras de tempestades eléctricas.
Además tienen tres funciones como puente entre lo divino y terrenal: pedir la lluvia cuando escasea, retirar las tormentas de granizo y curar a las personas que se han enfermado en los manantiales, a donde no deben de acudir al mediodía, pues se cree que es la hora en que comen o hacen su vida los ahuaques.
De acuerdo al experto, en Tlaxcala, Morelos, Estado de México, parte de Puebla y de Veracruz todos los lugares tienen sus particularidades, y aunque existan en ellos graniceros, las concepciones de lo que es el tiempo atmosférico son completamente diferentes.
Otro ejemplo de cómo los graniceros de Texcoco aprecian los fenómenos atmosféricos sucede con los rayos que, según ellos, son una especie de látigo que los ahuaques lanzan contra lo que se quieren llevar. Con el granizo se llevan el aroma de las semillas, mientras que con el relámpago se llevan el principio espiritual de un objeto: una casa, un árbol, un coche, pues para los nahuas todo está vivo, incluso las piedra tienen alma.
En un sistema de filiación mesoamericana indígena, tan elaborado como el de los nahuas de la Sierra de Texcoco, que pervive en una región tan cercana a una gran urbe como lo es la Ciudad de México pese a los cambios que supone la modernización, es interesante saber cómo se transmite ese conocimiento milenario, cómo pasa de una generación a otra.
David Lorente y Fernández agregó que los graniceros están conscientes del cambio climático, ya que han percibido una alteración meteorológica muy fuerte durante las últimas cuatro o cinco décadas.
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