La investigadora Herlinda Soto Valdez, responsable del Laboratorio de Envases del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), desmitificó algunos preceptos sociales que tienen los alimentos enlatados y bebidas embotelladas, los cuales, en su mayoría, carecen de bases científicas pero al popularizarse generan alarma en la población, como es que el agua embotellada expuesta al sol es dañina para la salud.
Señaló que el aumento en la temperatura de una bebida o agua envasada incrementa la migración de los componentes del plástico; no obstante, el PET (tereftalato de polietileno), material con que se elabora la mayoría de las botellas comerciales, tiene un bajo nivel de esos componentes.
Dijo que “existe una leyenda urbana relacionada con la migración de bisfenol A, un compuesto utilizado para producir policarbonato. En el mercado mexicano existen garrafones de policarbonato que podrían liberar bisfenol A y lo hacen en bajas concentraciones. Pero hay que aclarar que las botellas de PET no liberan bisfenol A”, y agregó que el material de las tapas sí puede liberar compuestos que le dan al líquido sabor y olor a plástico.
En ese sentido, subrayó que los envases de vidrio sí tienen un efecto en el sabor de los alimentos y bebidas debido a que son más inherentes y los mantienen libres de oxígeno, que es el responsable de oxidar y descomponer los elementos del olor.
Mencionó que en el ideario colectivo prevalece la tesis de que los alimentos se descomponen más rápido cuando se dejan en una lata que ya fue abierta; sin embargo, la investigadora del CIAD asegura que la idea de no dejarlos en esos recipientes se debe a que hace unas décadas se utilizaba soldadura de plomo para fabricar latas de acero u hojalata, pero en la actualidad ese procedimiento ya no se utiliza debido a su toxicidad. Ahora se usan latas de aluminio que no requieren soldadura; aun así, se sugiere guardar los alimentos en recipientes con tapa para evitar cualquier tipo de contaminación externa.
Soto Valdez también recomendó no consumir alimentos de latas abolladas, debido a que están conformadas por varias capas de materiales metálicos y recubrimientos orgánicos en su interior, que con un golpe pueden romperse y perder su capacidad para proteger y conservar el contenido.
La doctora, quien ha investigado las interacciones entre envases y alimentos, rechazó que exista riesgo de contraer leptospirosis (bacteria presente en la orina de roedores y otros animales) si no se desinfectan las latas antes de consumir el alimento que contienen, pues resaltó que no hay estudios que prueben la sobrevivencia de la bacteria en la superficie de dichos recipientes. El caso con mayor probabilidad de contagio, explicó, es por el contacto con agua contaminada; empero, se recomienda lavar las latas para evitar cualquier tipo de inoculación.
Soto Valdez resaltó que la fecha de caducidad en los productos indica que su vida en anaquel ha terminado, por lo que se debe tener especial atención en los alimentos perecederos (con hasta 14 días de caducidad), ya que es un riesgo consumirlos debido al desarrollo de microorganismos. Los alimentos semiperecederos (con vida en anaquel de hasta seis meses) pueden tener un margen de seguridad de unas semanas, aunque la investigadora recomendó no correr riesgos.
En el caso de los alimentos estables, como deshidratados o enlatados (de más de seis meses y hasta dos años, aproximadamente), su deterioro se refleja en cambios de sabor, color o rancidez, por lo que el margen de seguridad es de pocos meses. “Es importante aclarar que si bien las empresas productoras de alimentos dan un margen de seguridad a los alimentos enlatados, estos se han reducido para evitar el desperdicio de alimentos”.
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