Composición. Cerillos y automotiva sobre cartón. 20.2 x 31.1 centímetros.
«Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje.»
Octavio Paz
Posdata
Siglo XXI, 1973
Al decir de quienes estudian estas cosas, la juventud mexicana anuda su lenguaje complejo con 85 palabras, aquel otro afirma que son 84 vocablos. Tranquiliza pensar que los apostados en el primer caso (con ese nada despreciable 1.191% de más) complican extremadamente su comunicación con el placer del filósofo.
Tampoco es una tragedia. Recordemos que el «habla moderna» es una manifestación cercana al lenguaje practicado por los actuales padres en los años de su prometedora juventud, retomado por la nueva generación junto a la vestimenta con la herencia genética repulsada por quienes preferimos no constatar frente al espejo que perdimos la fuerza en batallas reales y otras muchas fingidas, que la camisa no abotona y que el peine -en realidad- ya no es indispensable. Salvo el empleo masivo del güey (calificativo-sujeto), con poco esfuerzo entenderemos que tal código encierra sólo la repulsa adolescente por una herencia y el desconocimiento del «cómo».
Ahora, si usted presentía el ventarroncillo del infaltable «pero», tiene todo a su favor para esperar ese mal momento.
Una grosería o leperada no corresponde al significado de la palabra, que cualesquiera puede desempeñarse felizmente por peón de cocina, no todos vendemos a la esposa para placer ajeno ni en la inutilidad pendemos vanamente a semejanza del badajo; uno no -en sentido estricto- fluirá jamás -al menos en sociedades ajenas al canibalismo- ni será el término en el sistema alimenticio y aceptémoslo, todas las santas familias en la Historia cruzaron sus ramas con algún brazo social malhabido sin que ello derive en la contracción de una larga palabra para hacer profesional del sexo a nadie, ni seremos lactantes eternos por la negada gracia al narrar alguna historia regocijante.
La tosquedad en el habla soez encierra la desesperación por anudar el término degradante, la oración constreñida; es un exabrupto lanzado al aire en pro de la destrucción física y moral del opositor… razón salida del causa: desmadre.
Por ello, pedimos encarecidamente que a la majadería, a la grosería, la jerga rústica, a la palabrota pues, se le preserve por asunto de asepcia mental. Que brote sólo cuando el amacijo mental pervierta la posibilidad de la razón impacientada ante lo indeterminado del rumbo en el pensamiento. Dejemos la «palabra gruesa» para cuando la ofuscación nos niegue otra salida, para que ahí adquiera matiz exhuberante. Dejémosle a la jerga rufianezca su jota punzante y la enfática ché, corrigamos ese universo para permitirle al calificativo peyorativo que aflore fresco, rotundo, con toda su vitalidad, y con él, desahogar al espíritu marchitado en la espera constante por lo imposible o, a veces, en favor de la salida regocijante.
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