Septiembre ha sido un mes difícil para los mexicanos. El día 7 a las 23:49 horas se suscitó el sismo más fuerte registrado en los últimos 100 años que alcanzó una magnitud de 8.2 y afectó principalmente a comunidades en los estados de Oaxaca y Chiapas.
Si bien este sismo se sintió también en la Ciudad de México (CDMX), su efecto no fue tan devastador como el registrado el día 19 del mismo mes que tuvo una magnitud menor, de 7.1.
Gran parte de la Ciudad de México está asentada sobre suelo de origen lacustre (es blando y se comprime por el peso de las edificaciones) cuyas características amplifican el efecto de las ondas sísmicas.
Un elemento que seguramente tuvo que ver en este impacto fue el sitio de su epicentro, “El sismo sucedió a sólo 120 kilómetros de la Ciudad de México, en Axochiapan, Morelos”. La cercanía con el epicentro hizo que su efecto fuera mucho más intenso, que si hubiese pasado en las costas del Pacífico mexicano, tal y como ocurrió el 7 de septiembre con el temblor con epicentro en las costas de Chiapas a más de 700 kilómetros de la Ciudad de México.
Pero hubo otros factores que pudieron influir en el efecto del sismo 19s en la ciudad de México, como es el tipo de suelo, ya que las ondas que se propagan durante o después de un terremoto se modifican por influencia de las condiciones geológicas y topográficas que prevalecen; esta modificación que generalmente consiste en la amplificación fuerte de la señal sísmica, una mayor duración de la misma y el incremento de su frecuencia, se conoce como efecto local. La evidencia científica ha mostrado que los terrenos blandos, amplifican los efectos de los terremotos.
La Ciudad de México —antes México Tenochtitlan— se estableció y se ha expandido en una cuenca cerrada (agua que no tiene salida natural), en la que originalmente existían cinco lagos: Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco. Esta condición, ha impuesto diversos retos a la ciudad y sus habitantes para aprovechar el agua y deshacerse de ella.
“La ciudad convirtió un lago, en un suelo blando y compresible poco apto para sostener eficazmente el peso de los palacios que ha creado”. El suelo sobre el que descansa un área importante de la ciudad de México tiene una vocación fundamentalmente lacustre, que amplifica y alarga las ondas de los sismos; los hace más intensos y los vuele más peligrosos, que los que se presentan en zonas de suelo.
La ciudad de México está asentada sobre un tipo de suelo cuyas características amplifican el efecto de las ondas sísmicas, además está sacando más agua de la que permite que se infiltre y sigue implementando formas de usar los recursos naturales sin considerar su capacidad de mantenimiento y su integridad.
Así, el efecto local del sismo 19s, no fue el mismo en la zona asentada sobre los lagos, que en aquellas porciones que descansan sobre las partes altas.
A lo anterior hay que agregar que cerca del 75% del agua que se utiliza en esta ciudad proviene de los acuíferos. Hemos expandido el área urbanizada, cubierta de pavimento y/o concreto, sobre la superficie de vegetación natural que permitía su recarga; la ciudad crece descontroladamente, se extrae más agua de la que puede infiltrarse generando un déficit de humedad que origina hundimientos y causa daños en edificaciones, compromete la integridad de infraestructura hidráulica y nos hace más vulnerables a los sismos.
Si bien los sismos son eventos que se han presentado y lo seguirán haciendo, su efecto podría ser menor si se implementan nuevas formas de aprovechar los recursos y genera condiciones que permitan restaurar y conservar su dinámica natural.
Debe estarse informados sobre las acciones que se pueden tomar a fin de mitigar el efecto de los temblores; estar atentos a las indicaciones de protección civil; tomar en serio la ejecución de simulacros y tener claro lo que se debe hacer en caso de sismo.
Finalmente se tiene que aceptar que mientras exista corrupción y negligencia, cualquier evento natural extremo se convertirá en desastre a la luz de la CDMX.
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