La temporada de ozono y contigencias ambientales ha comenzado en la Ciudad de México, ello por el alza en temperaturas como el deterioro de la calidad del aire del Valle de México.
Estas contingencias más que un problema de movilidad deben ser consideradas un problema de salud pública. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el 2012, en el mundo hubo tres millones de muertes prematuras por la mala calidad el aire.
Existen diversos tipos de contaminantes presentes en la atmósfera de la Ciudad de México, pero en los meses que van de febrero a junio, es el ozono (O3) el que preocupa a la capital del país. En esta temporada los niveles de este gas llegan a elevarse hasta el punto en que perjudican gravemente la salud de todos los seres vivos.
Según el Instituto Nacional de Salud Pública tan solo en la capital del país, 260 muertes prematuras podrían haberse evitado si se respetaran los niveles de calidad del aire establecidos por la Norma Oficial Mexicana para el ozono, y mil 89 decesos podrían haberse prevenido si se cumpliera con los niveles y criterios que postula la OMS para este mismo contaminante, comentó María Amparo Martínez Arroyo, directora general del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC).
Al producirse y acumularse en la capa más interna de la atmósfera, llamada tropósfera, el ozono produce irritación en las vías respiratorias y se ha relacionado con el aumento en la mortalidad y la morbilidad de población expuesta de manera crónica. A este ozono troposférico es al que se le conoce como “ozono malo”.
El ozono, en el ambiente urbano, se forma por la reacción entre dos tipos de contaminantes, los óxidos de nitrógeno (NOx) y los compuestos orgánicos volátiles (COV). Estos gases provienen del escape de los automóviles, son producto de la industria, de las fugas de gas, del uso de solventes químicos, de los vapores que se escapan de las gasolinas y de otros productos humanos.
Pero estos gases solo reaccionarán entre sí al estar en presencia de la luz solar. Esto ocasiona que en los meses y las horas del día de mayor incidencia de radiación solar y de mayor temperatura aumenten los problemas de contaminación por ozono. Y si a esto se le suma la ausencia de vientos que dispersen el ozono acumulado, las cantidades del gas podrían elevarse y perjudicar el bienestar de la población.
Al observar, desde un punto alto, una gran urbe como la Ciudad de México, es común reconocer una nata grisácea inundando el espacio aéreo y envolviendo tanto a personas como edificios. Esta franja de aproximadamente un kilómetro de espesor, que suele verse como un indicador de la contaminación en la ciudad, es la capa límite atmosférica, también llamada capa de mezcla.
Así, el viento se convierte en una variable meteorológica que influye enormemente en los procesos de acumulación del ozono en las ciudades. Tal es su influencia que cuando se presentan velocidades del viento iguales o mayores a los cinco metros por segundo se dice que se tienen condiciones bastante buenas para la dispersión de los contaminantes, pero cuando las velocidades son menores a este valor, es cuando se habla de estabilidad atmosférica. Es en ese momento cuando se sabe que será un día complicado para la calidad del aire en la urbe, comenta Tanya Müller, titular de la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) de la Ciudad de México.
Pero el viento también puede comportarse como un enemigo para la calidad del aire de la Ciudad de México. Pues, aunque puede alejar los contaminantes que se generan en la Ciudad de México, también puede transportar los contaminantes de otras regiones hacia la capital. Así, los vientos suelen acarrear sustancias nocivas entre Tula, Hidalgo, Puebla, la Ciudad de México y otras zonas.
La atmósfera está compuesta por un conjunto de capas gaseosas de más de 600 kilómetros de espesor que recubre el planeta, explica Amparo Martínez. Esto puede llevar a las personas a preguntarse ¿cómo es posible que los seres humanos afecten el clima o la composición de la atmósfera si esta es tan grande?
“Lo que sucede es que los procesos de contaminación y los fenómenos climáticos ocurren solamente entre los 10 y 12 primeros kilómetros de la atmósfera, en la capa denominada tropósfera”, comenta la directora del INECC.
Dijo que teóricamente las actividades humanas no producen ozono, en realidad este es un contaminante secundario que se origina a partir de la reacción entre los óxidos de nitrógeno y los compuestos orgánicos volátiles. Pero los humanos sí son causantes de los niveles críticos que existen de estos dos tipos de compuestos en las ciudades.
Los vehículos son los responsables de la producción de 80 por ciento de los óxidos de nitrógeno en las ciudades, mientras que los compuestos orgánicos volátiles no tienen un precursor mayoritario único, provienen tanto de las fugas domésticas de gas, de los materiales y pinturas que se utilizan para recubrir edificios, de plaguicidas, productos de cuidado personal, automóviles y otros hidrocarburos volátiles.
“Cuando se habla de los compuestos orgánicos volátiles, no hay una sola fuente de emisión que tenga más de 12 por ciento de responsabilidad en el problema”, comenta Martín Gutiérrez Lacayo, coordinador ejecutivo de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (Came).
Esto ocasiona que el control de los óxidos de nitrógeno sea mucho más factible, pues al controlar la cantidad de emisiones vehiculares se controla la mayor parte de estos contaminantes. En la Ciudad de México, esto se ha abordado mediante el programa Hoy No Circula, que intenta reducir la cantidad de automóviles circulantes en la urbe, además de impulsar la renovación de los viejos modelos de autos.
Históricamente, la calidad del aire en la Ciudad de México ha mejorado. En 1989, año en el que se establece el programa Hoy No Circula, la urbe pasaba 321 días con mala calidad del aire, según el análisis de la Came. Para el año 2014, los días de mala calidad del aire se redujeron a 123. Y para el 2016, se había logrado un reducción de 30 por ciento de los niveles de ozono en la zona metropolitana, según la Sedema.
Esto representaba un gran logro de las políticas públicas ambientales en la ciudad. Pero este éxito no debía nublar la realidad, desde el 2010 se había llegado a un estancamiento en la reducción de contaminantes y los niveles de contaminantes permitidos en las normas oficiales mexicanas estaban muy lejos de los niveles recomendados por la OMS, explica Martín Gutiérrez.
Fue entonces cuando se decidió volver más estrictas las normas que regulaban la contaminación por ozono y el límite permitido se bajó de 0.11 partes por millón —que indica el número de unidades de ozono que hay por un millón de unidades en el aire— a 0.095 como promedio en una hora. Y de 0.08 a 0.07 partes por millón para el promedio de ocho horas.
Esto se tradujo a la necesidad de declarar contingencia ambiental al alcanzar los 150 puntos del índice de calidad del aire y, con ello, el número de días de mala calidad del aire en la ciudad aumentaron.
Como consecuencia, el 14 de mayo de 2016, al alcanzar los 209 puntos en el índice de calidad del aire se activó la Fase I de contingencia ambiental, con el fin de reducir la pésima calidad del aire y los riesgos a la salud.
“Aunque sí se ha mejorado, no hay un ciudadano en la megalópolis que respire buena calidad del aire. Tener 212 días de mala calidad de aire en la Ciudad de México, como se tuvieron en 2016, no es para decir que estamos muy bien, sino para decir que hay que trabajar mucho más”, comenta el coordinador ejecutivo de la Came.
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