Origen. Acrílica sobre cartulina. 28 x 21.5 centímetros.
Tenemos creencias para todo. Algunas nos llenan de tranquilidad –excelentes muletas para el diario trajín-, otras dejan un regusto amargo en el gañote que tarda en bajar al estómago en donde, si no tenemos cuidado, crearán un gran agujero que sólo con tratamiento intensivo podrá sanar y del cual quedará una cicatriz imperceptible, pero marca al fin.
Una de ellas la traía a beneficio. Tan pronto zumbara el oído derecho, la alegría y el contento establecía –prácticamente- el desarrollo del día. Animaba el hacer y en el rostro maculaba el goce de ser importante para alguien ¿quién? ¿será acaso…? Uno sonreía… Decían que peca más la duda que la certeza.
Y fui practicante consumado en el mordisco de la lengua cuando en el oído izquierdo iniciara el martirio. La razón popular defendía que con tal medida, aquel que osara maldecir de uno -en ausencia- padecería el mismo tormento, multiplicado el dolor, hasta casi cercenar el órgano.
Pero ahora resulta que ya ni los amigos callan por respeto a la fuga emotiva.
Al final, el zumbido en los oídos no es manifestación interior de nuestra popularidad, es el padecimiento que los especialistas denominan acúfeno o tinitus y que ni siquiera es propio de los personajes destacados. Hoy deberé entender que puede originarse por la hipertensión arterial, vértigo a las alturas o esclerosis del tímpano. En lo que termina el orgullo.
Con la vanidad herida, la ilusión apaciguada con la balnoterapia (baño de pies con agua fría por dos minutos cada dos días y baños de brazo durante tres minutos por los mismos dos días), o las infusiones de espino albar, según recomienda Don José Manuel López Castro, subdirector de este periódico y destructor de mi pasado equilibrio emotivo.
Ahora me pregunto si ignoraré los continuos presentimientos y ese afán compulsivo del brazo derecho por arquearse en un giro hasta llegar atrás de la oreja. ¿Qué acaso las etapas de suspiros encadenados no muestran más allá de un desequilibrio orgánico en contra de un sentimiento erótico desde lo profundo del ser? ¿Será que el tamborileo en la mesa denota más un fluido intermitente de la energía en el sistema nervioso que un impulso creativo, de menos contable?
Aceptaré beatíficamente que el tic en el párpado izquierdo determina alguna atrofia y que en nada refiere a un coqueteo irreprimible.
Si le digo. Ya no podemos confiar ni en las manifestaciones físicas, en la aceptación tácita de alguna creencia ni en la finalidad informativa de los amigos. De toda a todas queda uno en entredicho.
Comentarios Cerrados