Ecoticias.- Investigadores internacionales informaron del descubrimiento de un nuevo volcán humeante a un kilómetro bajo el hielo de la Antártida Occidental, al que todavía no han dado nombre. Los científicos, que no estaban trabajando para descubrirlo, sino que estudiaban otras cuestiones cuando lo hallaron, hablan de la posibilidad de que su calor aumente la tasa de pérdida de hielo de una de las principales corrientes de hielo del continente.
En enero de 2010 un equipo de expertos diseñó dos líneas de investigación con distintos sismógrafos en la Tierra de Marie Byrd, en la Antártida Occidental, siendo la primera vez que los expertos desplegaban diversos instrumentos en el interior del continente para poder operar durante todo el año, incluso en las partes más frías de la Antártida.
El sismógrafo matriz usó perturbaciones creadas por terremotos distantes para obtener imágenes de hielo y roca en lo profundo de la Antártida Occidental. El objetivo, según explica Doug Wiens, profesor de Ciencias Terrestres y Planetarias en la Universidad de Washington en St. Louis, Estados Unidos, y uno de los investigadores principales del proyecto, era esencialmente medir la capa de hielo para ayudar a reconstruir la historia climática de la Antártida.
Para hacer esto con precisión, los científicos tenían que saber cómo respondería el manto terrestre a una carga de hielo y dependía de si estaba caliente o frío y líquido o viscoso, por lo que analizaron los datos sísmicos para comprobar las propiedades del manto. Así, el software automatizado de detección de eventos se puso a trabajar para identificar los datos de cualquier suceso inusual.
Los eventos sísmicos detectados eran débiles y de muy baja frecuencia, lo que sugiere que no eran de origen tectónico, puesto que los temblores sísmicos de origen tectónico de baja magnitud tienen frecuencias de 10 a 20 ciclos por segundo y este temblor era de 2 a 4 ciclos por segundo.
Para investigar más a fondo, Lough utilizó un modelo informático mundial de velocidades sísmicas, que mostró que casi la totalidad de los hechos habían ocurrido a una profundidad de entre 25 a 40 kilómetros, extraordinariamente bastante profundo para estar cerca del límite entre la corteza terrestre y el manto, llamado Moho, lo que posiblemente descarta un origen glacial y pone en duda uno tectónico.
«Un evento tectónico podría tener un hipocentro en entre 10 a 15 kilómetros de profundidad, pero a los entre 25 y 40 kilómetros, es demasiada profundidad», considera Lough. Un colega sugirió que por la forma de las ondas de las sacudidas parecían terremotos ‘Deep Long Period’ o DPLs, que se producen en las zonas volcánicas y tienen las mismas características de frecuencia y son igual de profundos.
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