El compañero en este semanario, el periodista Juan Carlos Machorro, entre broma y puya proporcionó un ejemplar de «El octavo pilar. Historia secreta de Lawrence de Arabia» (José Baena, Espasa Calpe, S. A., 2006), un retrato imaginativo-literario más en torno al personaje de perfil contradictorio y realidad torcida por su público y por él mismo para evadir el juicio de sus contemporáneos y exorcizar sus demonios internos. Ese pequeño hombrecillo —1.66 metros de altura—, Thomas Edward Lawrence, nacido en Tremadoc, Gales, el 16 de agosto de 1888, accidentado en su motocicleta Brough el 13 de mayo, cerca de Wareham, Dorset, murió el 19 de ese mes de 1935 y, con su fallecimiento, proveyó aún más el amplio material para la especulación —para algunos resultado de un atentado, para otros, con «fundamento» en las reiteradas manifestaciones de melancolía e insatisfacción: suicidio—. T. E. Lawrence fue hijo natural del caballero rural de origen irlandés sir Thomas Robert Chapman y de la institutriz escocesa Sophia Lawrence, de ahí el apellido que le distinguió y fomentó un terrible complejo de ilegitimidad.
La imagen de T. E. Lawrence lleva irremediablemente a la multipremiada película Lawrence de Arabia de 1962, dirigida por David Lean, cuyas dificultades y problemas económicos requirieron cinco años para su realización, tanto así que a Peter O’Toole le posibilitó actuar en Lord Jim, filme basado en el libro homónimo de Joseph Conrad y fechada en 1965.
A Lawrence de Arabia —con duración de 217 minutos— la enriquece, a más de su espléndida fotografía, la música original escrita por Maurice Jarré y una de las escenas más largas y bellas de la cinematografía, la acompasada aparición de Alí (Omar Sharif). Lawrence… cuenta con las actuaciones de Peter O’Toole, Omar Sharif, Sir Alec Guinness, Jack Hawkins, José Ferrer, Claude Rains, Arthur Kennedy, Anthony Quinn (Auda Abu Tayi) a Sir Anthony Quayle (Coronel Harry Brighton): “Agradézcale a Alá que cuando lo hizo estúpido le dio una cara estúpida”… etcétera.*
Aquí, en esta cinta, no cabe denostar a Hollywood por las libertades asumidas sobre un guión basado en la vida del ídolo ya que el propio «héroe» enmascaró, pervirtió su realidad, introdujo imposturas sobre mitos, incluso, en la ahora desacreditado vejación por parte del comandante turco en Dar’a, consumada posiblemente en Salim Ahmed (alias Dahoum —«moreno»—, ironía aplicada dadas características piel blanca, cabellos rubio y ojos azules según descripción de José Baena), personaje ambivalente en la biografía de Thomas Edward, éste trastoca la realidad.
Aurens, líder hasta finalizar la revuelta del desierto en la ciudad de Damasco, asolado por lo vivido, retirado con grado de coronel, en agosto de 1922 quedó enlistado en la fuerza aérea inglesa (RAF) con el seudónimo de John Hume Ross y destinado en noviembre a la Escuela de Fotografía de la RAF de Farnborough donde la prensa le encontró y reveló su verdadera identidad, ante ello, la RAF, temerosa de la «mala publicidad», le suspendió en el servicio activo. En febrero de 1923 es soldado raso en la unidad de tanques bajo otro alias, T. E. Shaw (por su amistad con George Bernard Shaw).
De Thomas Edward queda para su bibliografía Lawrence y los árabes, de Robert Graves, Barcelona, Seix Barral, 1991; Los siete pilares de la sabiduría y The mint (El troquel) 1936 —ambas del propio T. E. Lawrence— así como su abultada correspondencia personal agrupada con el incuestionable título de «Cartas», innumerables entrevistas a periódicos y revistas de su época, reseñas posteriores, análisis del momento histórico y opiniones sobre su ser íntimo. Al final, aquel aventurero, héroe de leyenda, personaje de novela y por novelar, el ser con múltiples rostros y máscaras sobre imposturas que en cada uno y una afirma una realidad evasiva, es la parte mínima de un ser contradictorio, cambiante, insabible, siempre incompleto, evidenciado y oculto por aquella casi eterna vestimenta árabe. El cúmulo de engañifas autoproclamadas, otras impuestas, suavizadas, derivadas de interpretaciones convenencieras o degradantes… de afirmaciones a la ligera y de aplicación realista cuando devienen de la simbología o por un enredado sendero de la creación literaria, hacen de Lawrence un personaje inasequible, desconocido, enigmático en la carne como en el espíritu, en la gesta heroica como en la farsa. Él mismo generó la confusión y de él surge un ser furtivo, él es el único hijo en su vida y, quizás, un desconocido para sí mismo, más que cualesquiera de los demás mortales «normales». Lawrence, con sus múltiples aristas en constante contradicción representa el crepúsculo de los héroes encumbrados por los medios de comunicación previo el ascenso de los superhéroes en el papel, en el televisor y la cinematografía.
* Otra visión fílmica, menos conocida es A Dangerous Man: Lawrence After Arabia (1992) dirigida por Christopher Menaul y representado por Ralph Fiennes.
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