Payaso. Acrílica sobre cartulina. 21.5 x 28 centímetros.
Ese día los niños salieron temprano de sus escuelas: junta especial de maestros, dijeron una y otra vez en el transporte. El motor, a fondo, forzaba la intensidad musical hasta perder ritmo y melodía entre las gracejadas del locutor en turno ¡claro! en los espacios noticiosos y de los emnsajes publicitarios el operador cambiaba la frecuencia, así, fragmentariamente nos cultivabamos respecto a las aportaciones de moda. A cada semáforo la oferta cambiaba, y del rojo al verde, entre los silbatos de los agentes en competencia con la amplia variedad en las bocinas de los automóviles, el periódico sensacionalista, las gelatinas, los llaveritos entre los cuales (la imposibilidad tecnológica a rebato) «… una Biblia ilustrada como las grandes, desde el Génesis al Apocalípsis; la promoción puesta al alcance de la mano directamente del fabricante para no pagarlo a precios de aparador; el trío que destrozaba «eso» inidentificable que al fin y al cabo «ustedes verán que no somos artistas, pero la lucha le hacemos para ganarnos unas monedas honestamente (sic)», que si la editorial nos acerca los pensamientos de los grandes pensadores universales», también sic.
Otro pregonero poco antes de la terminal y después ya en el vagón del Metro sobresaltó la ignorancia personal en los avances tecnológicos: «por hoy, llévese al hogar, a la oficina, en formato mp3 300 obras de la música clásica en sus versiones originales: chuber, chaikoski, betoven, mosar, bach… lo mejor de la música clásica» incistió; y los chicles «un paquetito en $3.00 o llévese 2 en $ 5.00; los empaques con treinta cápsulas sabor a canela, menta o yerbabuena», la pluma con tinta invisible que «se hace legible con la lamparita que viene junto».
«Usted perdone si enterrumpimos por un momento su lectura, su plática o su descanso, … gracias por su atención y que Dios les lleve con bien a su destino y tengan un buen regreso a su hogar o lugar de trabajo» … galletas cubiertas con chocolate, paletas con sabor a limón o tamarindo para el calor; dos payasos de «familia acomodada», tarros con crema en contra de hongos o el pie de atleta.
En la continua gritería, del rojo al verde, en el desamparo perdemos cada una y las tres mentes de Immanuel Kant en el ser humano: la especulativa, la práctica y la estética.
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