Viví en esta banca encadenados días para su protección. Al prado llegaba desde la naciente luminosidad hasta el momento de la oscuridad total.
Vi su desarrollo desde la imperceptible rugosidad abrillantada preludio del brote para constituir un botón desplegado en grandiosa manifestación de pétalos. La vi crecer y adueñarse gallardamente de aquel microcosmos avivado con zumbidos y el rumor del aire, entre el bailoteo de las mariposas y la caricia de la lluvia cálidamente menuda.
De a poco en poco descubrió los colores de su heredad y dentro del cáliz fragante, sus pistilos.
Gocé su vida airosa, viví con ella y en ella el desarrollo para anticiparnos al futuro con el reclamo bienoliente para las abejas y la agitación adormilada del estío placentero alegrado con el aleteo del colibrí.
Por ti disfruté de su perfume matutino, de sus variaciones sutiles hacia el mediodía para ser tenue en el frescor del atardecer; grito aromático latente en la esbeltez de su tallo, poderoso reclamo en el espacio silencioso de la noche hermanado a la traza hipnótica de las luciérnagas.
Por ti atestigüé su perfección senescente, el oscurecimiento de sus colores sobre la naciente llaga de tristeza en el desprendimiento de sus pétalos hasta quedar de ella sólo una cicatriz imperceptible por evidencia de su efímero transcurrir de la lozanía al erguido vigor ante los ojos obnubilados del visitante al prado tras los muros arruinados de la aristocrática mansión.
Pude cortarla cuando su lozanía y hermosura le eran propias, traerla por ofrenda; no obstante, preferí respetar su vida fugaz para añadir la evocación de su belleza y añadirla a la de tu extrañada presencia.
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