El sábado pasado estaba con una amiga, quien me solicitó acompañarla al centro de Coyoacán, dijo que tenía un compromiso, pero que no se tardaría más de cinco minutos. Ya estando ahí, descubrí que se trataba de un “flash mob”, para el cual se había reunido un grupo de gente, que no se conocía entre sí, quienes habían aprendido una coreografía por internet y que habían decidido dedicar un pedazo de su día a reunirse por cinco minutos, a bailar, y luego irse como si nada hubiera pasado.
Y es que, de esto se trata un flash mob: un grupo de gente que se reúne por un breve momento, realiza una acción (expresión artística, uso de una vestimenta, aplausos, etc.) previamente ensayada, lo hace sin un objetivo o razón aparente y después se va, como si nada.
¿La finalidad?, diversión, ocio, expresión artística, o cualquier mezcla de las anteriores. De hecho, el nacimiento del flash mob fue pensado como un experimento social para despertar del aletargamiento y conformismo a la gente, mediante un acto espontáneo y sin sentido:
En 2003, Bill Wasik, creador de “flash mob”, logró reunir tres diferentes flash mobs con más de cien personas cada una: un grupo en la tienda departamental Macy´s aparentando comprar una alfombra entre todos, con la excusa de vivir juntos y necesitar una “alfombra del amor”; un grupo en Soho, quienes pretendían ser turistas en búsqueda de zapatos; y un último grupo en el hotel Hyatt, quienes se reunieron en el lobby a aplaudir de manera sincronizada durante 15 segundos.
Este acto quedó documentado y se extendió a tal modo, que fue necesario crearle su propia entrada en el diccionario, siendo definido como “un acto sin sentido e inusual”. Quedando diferenciado de las “smart mobs”, las cuales son concentraciones de personas con una causa definida, usualmente política, que realizan alguna clase de “performance”.
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