Al parecer de origen totonaco, las Cihuateteo o Cihuapilpitzin (en náhuatl, “mujeres diosas”), en las comunidades mexica eran espíritus femeninos hermanas de los Macuiltonaleque (dioses de los excesos, los engañadores) y eran las almas de mujeres nobles fallecidas al dar a luz. Las Cihuateteo (en algunas comunidades aparece en la otra faceta de su dualidad identificada como “bruja vampira”, personalidad reconocida como una entidad emisaria de las dos deidades lunares en la mitología azteca Tezcatlipoca y Tlazolteotl) recibían honra y honor semejante a los guerreros muertos en batalla, porque parir también es una lucha cruenta y grata a los dioses. Su esfuerzo físico animaba a los soldados en la batalla y por eso acompañaban a los guerreros al cielo y también guiaban la puesta de sol por los cielos del poniente.
La madre de los peces, Atltonan Chane, “La Tlanchana” es una deidad mitad mujer, la otra pare serpiente, propia del llano de Metepec-Lerma, poderosa señora únicamente visible con la luz de la luna. Es, en la actualidad, la imagen distintiva del artesanal municipio de Metepec y en comunidades tradicionales: vigencia.
Como producto de lo fantástico popular queda constancia de que en un pueblo de la Península de Yucatán vivían dos mujeres; una la llamaba Xtabay sobrenombrada Xkeban (que significa prostituta, mujer mala o dada al amor ilícito) y a la otra le llamaban Utz-Colel (mujer buena, decente y limpia).
La leyenda de la Xtabay la describe como una mujer que embruja a los hombres para perderlos o matarlos. La flor que nacida de la tumba de esta bella criatura es la denominada Xtabentún, una humilde y bella flor silvestre que crece en cercas y caminos. Su néctar embriaga dulcemente a semejanza del embriagador amor de Xtabay. «Pues bien, sepan los que quieran saberlo, que ella es ahora la mala Xtabay la que surge del Tzacam, la flor del cactus punzador y rígido, y cuando ve pasar a un hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga cabellera con un trozo de Tzacam erizado de púas. Sigue a los hombres hasta que consigue atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en el frenesí de un amor infernal».
Cuenta la leyenda —escribe Gilberto Alvarado Montoya en su recopilación de narraciones ancestrales— que en un antiguo pueblo aborigen aledaño al Río Viejo (hoy territorio en la República de Nicaragua), vivió una hermosa mujer, esposa del Cacique principal. Esta mujer, de proceder extraño y misterioso acostumbraba ir todos los viernes a un determinado lugar del río, llevaba abundancia en alimentos, aves ricamente preparadas y deliciosas bebidas. Uno de los servidores del cacique, extrañado por el comportamiento de la mujer, la siguió a prudente distancia. Lo que vio le aterró de tal manera que corrió para referirlo a su señor. El siguiente —era un viernes— el cacique la siguió hasta el río y confirmar lo narrado por su servidor. La vio sentada en una piedra, golpeaba con la palma de su mano el agua, de la que surgió impetuosamente una inmensa serpiente que vivía en su cueva en las profundidades del mismo Rio Viejo.
El terrible reptil posaba su colosal y horrenda cabeza en las piernas de la mujer y una vez alimentada, serpiente y mujer disfrutaban de un abominable rito consumado con el placer sexual. El indignado esposo, mató a la infiel mujer, ante ello la enfurecida serpiente agitó las aguas del río y con la violencia de la corriente destruyó el milenario pueblo.
Con base en testimonios antiguos, tiempo después los sobrevivientes reconstruyeron su pueblo renombrándolo Cihua Coatl, que en náhuatl significa “Mujer Serpiente”. Desde entonces, en la antiquísima región de Sébaco se venera a la Serpiente-Mujer, la gran diosa en múltiples pueblos de Mesoamérica, y adorada por los nahoas.
“La Llorona”, uno de los derivados con más o menos diferencias, sustentos y adaptaciones según la región cultural durante su aparición y posteriormente modificados con el ideario de los españoles recién llegados, habita en los espacios de Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Perú, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Panamá, Uruguay, Venezuela…
Mujer hermosa, agua, dolor interno… Si no todas, una gran mayoría de los asentamientos humanos donde aún queda hilo de agua poseen una reminiscencia de esta leyenda pluralizada, una mujer bellísima tentadora de los hombres a los que destruye en una orgía justiciera junto al agua (sea río, laguna, lago u orilla del mar) o, cuando menos, los enloquece o los transforma en bestias. Seres desaparecidos en los espacios ribereños de los antiguos ríos hoy cegados o perdidos bajo una gruesa capa de progreso. Por las dudas, más vale no transitar por ahí a hora impropia y con oídos sordos, no sea que algún canto embriagador nos atraiga irremediablemente a una realidad enloquecedora ante la cual nuestra ciencia resulte inútil, porque con todo, la debilidad ante la belleza femenina es una realidad irremisible.
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