Diferenciado lo alto de lo bajo, el lado izquierdo del derecho, el frente de lo profundo, el hombre ingresó titubeante al conocimiento y control de la cuarta dimensión: el tiempo.
Saber cuándo y qué sembrar para cosechar en el momento adecuado, vivir con el conocimiento de lo mudable en las divisiones meteorológicas así como la cíclica migración de los animales, constatar que tal actividad ofrece mayores beneficios en el lapso correspondiente fue labor de conjunto, experiencia acumulada.
Para la medición de los instantes constituyentes de un día, desde el amanecer a la aparición de las estrellas, para asir los fragmentos de la vida en las etapas cotidianas el hombre asoció fenómenos incesantes naturales a imágenes e improvisó mecanismos adecuados para saber el momento de su nueva aparición. Así surgieron mecanismos diferenciados en los múltiples espacios geográficos con climas diferentes: midió el transcurso de su vida y de los hechos externos con fragmentos espaciales en el recorrido del sol durante el día, de la inconstante luna o aún mejor, de las estrellas durante la noche.
El fundamental cronómetro floral; el rústico control según el canto y costumbres de los pájaros -no todas las aves despiertan en el mismo momento-; los cuadrantes solares (plano y nomo) inútiles durante las noches y los días nublados; la clepsidra; el reloj de fuego -un gran cirio con bolitas de metal incrustados que en el consumo de la cera dejaban caer en un plato metálico para marcar las horas ((dividido bajo el principio de que un cirio medía un metro y necesitaba tres de ellos para cubrir el espacio nocturno de la oraciones)- ideado por San Beda “el venerable” («Padre de la Historia Inglesa» -c. 672 – 27 de mayo de 735-), de la orden de los benedictinos; otra forma de este denominado reloj de fuego era una botija cuyo depósito para el aceite estaba graduada.
El decorativo reloj de arena aparece en los inicios del siglo XIV. La denominación “arena” es un tanto equivocada ya que en realidad era (y es en las recreaciones contemporáneas) polvo de mármol calcinado varias veces -no especificadas- y secada en cáscaras de huevo hechas de polvo de zinc (¿). Los había de media y una hora, de lujo y uso diario, para el hogar, para medir los periodos dedicados a la oración y de uso en la marina, su calidad dependía de la calidad del vidrio y la “arena” en sus ampolletas.
El reloj de rodamiento era ya un motivo de competencia en los talleres especializados durante el siglo XV, artífices que competían con base en la calidad de los materiales, la exactitud del aparato en sí y el aspecto artístico decorativo de sus gabinetes o estructura exterior en ellos, lo cual da un indicativo de corresponder a un esfuerzo multidisciplinario, aunque el reloj de pesas y ruedas era ya un hecho en los finales del siglo X. Para la disponibilidad del apreciado reloj de bolsillo a de pulso -previos al logro tecnológico de los analógicos o digitales- las sociedades sujetaron sus actividades y ritos al tañido de los relojes colocados en las torres y/o los campanarios.
A cada época la representa una estructura cuyo interior mide el transcurso del tiempo y de las expectativas humanas en la vida y las satisfacciones, para el acto devoto, para la ingestión de los medicamentos y para… con sus más o menos en detalles y ornamentaciones, su monumentalidad o sencillez en alguna mesa palaciega o del taller, en la botica… y pasa un tanto despreciado el texto aportado por Orson Welles en “El Tercer Hombre”* y que no era parte del guión ni aparece en la novela de Graham Greene: “En Italia, en 30 años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras, matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo d’Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco.” La medida del tiempo, como todo lo humano es mesura convencional que determina el hacer del hombre y su sociedad. Era un arte en su época clásica y hoy una exigencia en la tecnología y el perfectible conocimiento del cosmos.
* El tercer hombre (The third man). Película en blanco y negro. Producción USA-Inglaterra en el año de 1949, 144 minutos de duración. Estrenada entre 1949-1951. Productores: David O. Selznick, Alexander Korda y Carol Reed. Dirección: Carol Reed. Argumento: Graham Greene. Guión: Graham Greene, Carol Reed y Mabbie Poole, con la colaboración de Orson WeIles. Fotografía: Robert Krasner. Música: Anton Karas. Intérpretes: Orson Welles (Harry Lime), Joseph Cotten (Holly Martins), Alida Valli (Anna Schmidt), Trevor Howard (Mayor Calloway), Paul Hörbiger (El portero), Ernst Deutsch (Barón Kurtz), Erich Ponto (Dr. Winkel), Siegfried Breuer (Popescu), Bernard Lee (Sargento Paine), Wilfred Hyde-White (Crabbin), Geoffrey Keen (Policía inglés), Annie Rosar (La portera), Hedwig Bleibtreu (La anciana), Herbert Halbik (Hansel), Alexis Chesnakov (Brodsky).
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