Va el sonido de sur a norte, viene del ocaso hacia el oriente
en las gibas gráciles del viento, alado soplo sin futuro para quebrar
al ansiado arcoíris —en otra época compartido—, cuando nos faltan
aquellos dos ojos camaradas para secundar a una mirada enrojecida.
Solfa en amilanado brío, hermano del acompasado latido
que es un eterno tú y, la luz del sol —macilenta palabra—,
anula un rumor noctívago que clama y muere en el silencio.
El diente de león vibra en el vientre múltiple del pastizal
en donde raudamente flaquea un arreglo de nubes rampantes
entre los dedos acostumbrados a la infancia.
Los cielos infinitos pregonan la pausa inalterable,
la postrimera tentación cercana a una ausencia sin remiendo,
un cúmulo de interrogantes delicadas,
una mudez que irrumpe estentóreamente en el sigilo.
Surca del sur al norte, del ocaso al oriente sin recuerdos,
trae entre sus ondas un grano de arena inmigrante
donde habita el destello de consciencia y un alfabeto entre los dedos
—arma rastreadora de futuros— en los cuales vibran sutilmente
las luces de soles milenarios y destellos de esperanza
dentro del parco recuerdo fragante del turbión distante.
No me perturbes ahora al gozar esa grandeza en la pequeñez de mi guijarro,
cuando las tribulaciones menguan levemente su rigor,
cuando encontré respuesta al primordial ¿por qué?
cuando vencido quedó el resentimiento, y,
porque sé que al despertar recobraré las dudas
al preguntar en la nueva cuenta: ¿por qué?
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