Con motivo del 10 de mayo, Violeta Verdú, escribe para Tupperware la importancia de estos aromas, sabores y recuerdos de infancia para superar los retos de cada día.
Quiso la vida que ahora tengamos tiempo para hacer cosas que no hacíamos antes, así que, te voy a pedir que te tomes un momento para lo siguiente: intenta recordar cuál era el olor favorito que salía de tu casa durante la infancia.
El mío eran las empanadas de mi abuela -yo me subía a un banquito y las sellaba con el tenedor para hacer “onditas”-, la sopa de tomate de mi mamá; el arroz con lentejas de mi tía Sara, y el flan de mi tía Alicia (que inundaba toda la casa con notas de caramelo).
Y es que, resulta increíble la cantidad de recuerdos, aromas y sensaciones que salen del que es tal vez el sitio más mágico de las casas: la cocina. La bendita cocina.
Este año, la celebración del Día de la Madre estará rodeada de acontecimientos que como al resto del mundo, me han llevado a encerrarme y recogerme en mi casa. Ocasión que, dicho sea de paso, me está sirviendo como un espacio personal para reflexionar sobre muchas cosas.
Antes de que las circunstancias me obligaran a aislarme del mundo; se conmemoraba el Día Internacional de la Mujer y yo pensaba escribir este texto sobre una idea que me había estado rondando las últimas semanas: todo el tiempo estamos en contra de alguien. Últimamente, el contexto de la vida moderna nos orilla, invariablemente a estar en desacuerdo con un considerable número de personas. Soy, supongo, como todos, víctima de la vida moderna, de las redes, de las nuevas plataformas de comunicación, y de lo que todo eso conlleva.
No obstante, después de todo el ruido que las figuras femeninas han generado y con motivo de celebrar a las mamás, sigo firme con una idea. Misma que, se ha reforzado en los últimos días, debido a que una pandemia me tiene, como al resto del mundo, encerrada en casa de mi madre -el refugio al que siempre acudo, cosa por la cual me siento tremendamente agradecida y afortunada- pensando en que mi idea no puede andar errada.
Sé de sobra que hay quienes piensan en que la figura femenina que está metida en la cocina, preparando cosas para los suyos, es sinónimo de sumisión. Yo creo que es exactamente al revés. Creo que además de todo lo que las mujeres somos capaces de hacer: dirigir empresas, curar enfermos, construir casas, liderar familias, emprender negocios; también tenemos la tremenda capacidad de curar un corazón roto preparando esa sopa que tanto bien nos hace.
Todas las personas que hemos llegado lejos, o cumplido nuestros sueños, se lo debemos en origen a todas las cosas que mamá preparaba en su santuario sagrado: la cocina. Ahí, donde no hay qué entrar para no ensuciar, donde no se nos permitía asomarnos antes de que estuviera todo servido; ahí donde se nos daba un “manazo” si intentábamos comer el postre antes de tiempo.
Podremos tener otras ideas, sí; podemos luchar desde una u otra trinchera por nuestros sueños, pero, pienso, sobre todo en estos tiempos tan veloces y sobre informados, que tal vez, si en medio del caos recordamos la receta de mamá; o le llamamos para cocinarla ahora que la vida nos tiene en el encierro, todo, indudablemente irá mejor.
Las recetas de nuestras madres alimentan el cuerpo y el alma, nos dan fuerza, nos curan las fiebres y nos hacen, invariablemente sentir mejor. A título personal y con mi kit de Tupperware®, intentaré aprender a cocinar alguna de esas delicias que años atrás me devolvieron sin saberlo a la vida.
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