Mucho se ha hablado de las posibles afectaciones de las tormentas solares a la salud humana. Se han hecho estudios, aunque no concluyentes, que refieren que los verdaderos efectos negativos podrían ocurrir si estuviéramos fuera de la atmósfera. «Mientras esto no ocurra, tenemos un escudo gigantesco, que es el campo magnético de la Tierra», explicó Luis Xavier González Méndez, del Departamento de Rayos Cósmicos del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM.
Declaró que «las afectaciones de estas tormentas se dan en satélites, telecomunicaciones y ductos subterráneos (corrosión); sin embargo, para probarlo en el país necesitamos datos que pudieran brindarnos las empresas relacionadas con estos servicios».
Con este fenómeno, un ducto, que tiene un tiempo de vida de 40 años (además del alto costo económico), se puede reducir a la mitad, con las consabidas pérdidas económicas. En cuanto a las telecomunicaciones, se altera la señal de Internet, televisión, telefonía y posicionamiento global. «Ésas son las verdaderas y más fuertes afectaciones a los seres humanos», subrayó.
A través del Servicio de Clima Espacial México (SCiESMEX), a cargo de científicos del IGf, expertos monitorean la actividad del Sol –viento solar, magnetósfera, ionósfera y termósfera–, cuyos procesos físicos en periodos de mayor dinamismo podrían impactar, en particular, en las tecnologías: generadores de energía eléctrica y sistemas de telefonía, además de la órbita de satélites.
González Méndez, integrante de este proyecto, explicó que el clima espacial es toda la influencia que tienen las emisiones de la actividad del astro en nuestro planeta, que varía conforme las partículas ingresan a la Tierra, porque tenemos un escudo que es el campo geomagnético, además de la atmósfera, que desvían y atenúan gran cantidad de partículas.
El Sol tiene un ciclo promedio de 11 años, durante los cuales pasa de máximo a máximo; en ese momento los eventos eruptivos son cotidianos. «Llamamos máximo cuando el número de manchas que tiene en la fotósfera se incrementa, y cuando esto ocurre es mayor la posibilidad de que haya explosiones o emisiones en esa estrella luminosa, centro de nuestro sistema planetario», resaltó.
En ella pueden ocurrir fulguraciones, explosiones o ráfagas en cualquier momento. Sin embargo, la probabilidad es mayor cuando existen más manchas. De ahí la importancia de monitorearlo.
En la historia reciente –1989 y 2003– ocurrieron dos fuertes explosiones en el Sol, la primera provocó un apagón al norte de Quebec, Canadá, que dejó a seis millones de personas sin energía eléctrica por nueve horas. El segundo caso son las denominadas Tormentas de Halloween, ráfagas que emitieron intensas nubes de plasma (eyecciones de masa) que interrumpieron las telecomunicaciones en Suecia.
A partir de entonces surgió un boom mundial para generar sistemas de alerta y estudios del clima espacial. Inició en los países desarrollados para conocer, con mayor detalle, el comportamiento del Sol a medida que se acerca a su periodo máximo, y así determinar cuándo iniciarán las erupciones solares y cuándo se acercará una tormenta al planeta.
En la UNAM ya han comenzado con esa tarea: en 2014 se creó el SCiESMEX –con sede en el IGf campus Morelia–, en 2016 el Laboratorio Nacional de Clima Espacial (LANCE) y este mismo año se inició el proyecto del Repositorio Institucional de Clima Espacial, que reúne los datos que captan los equipos que monitorean el clima espacial en tiempo real e incluye información de la red de instrumentos de esta casa de estudios y de observatorios internacionales con acceso público.
La red de instrumentación de clima espacial está constituida por el Observatorio de Centelleo Interplanetario Mexart, en Coeneo, Michoacán; el Observatorio Magnético de Teoloyucan, Estado de México; y el Observatorio de Rayos Cósmicos de la Ciudad de México (Instituto de Geofísica), ubicado en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, entre otros.
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