Llanto. Acrílica sobre corrugado. 24 x 33 centímetros.
Pero ¿qué quiere usted que le aclare que no haya olvidado, que la violencia de la Naturaleza no borrara, que en la añoranza no transformara o que el capricho ocultara?
En aquellas nuestras tierras rodeadas por las aguas saladas, el espacio en que los espumarajos volcánicos modificaran la planta redonda y dejara el soporte a nuestra vida sólo el rostro quebrantado en media luna, los terremotos cimbraron nuestros portales, arrojaron los techos sobre el piso, sobre nuestra tranquilidad y futuro. La tefra, las cenizas, el escurrimiento incandescente con sus vapores, la fuerza de las enormes olas, las torrenciales lluvias, el desgajamiento final y el hundimiento reunieron sus efectos para dejar la esperanza en el fondo del mar, a nuestras familias en lejanas tierras ajenas y en nuestras vasijas la vitalidad resecada.
La mirada hipnotizada reflejaba el abrazador colorido en aquel ciclo vibrante en grises en el que hasta entonces volaran las golondrinas, el escurrimiento rebullente sobre la tierra cultivada de la que las ovejas y cabras arrancaran los yerbajos nutridos con el agua fresca de los ríos, de los canales; las queserías, los viñedos, el olivar, los bosquecillos… el sustento a las jerarquías y para los trabajadores de la lana, para los obreros del cobre, para los alfareros, para los que transformaran el jugo de la uva en el placentero vino… de nuestros puertos salían, a ellos legaban las naves para trasegar las nueces, los frutos de nuestros árboles, las plantas, las hierbas aromáticas para preservar los alimentos o para endulzar la cercanía de los cuerpos, para teñir o para alimentar, y, los frutos de nuestros huertos prolíficos; a su regreso descargaban el preciado pairo, la cerámica vidriada, el cobre, el oro obtenido en los batientes ardientes intercambiados con el comercio del lirio o el esfuerzo de las factorías.
Las cocinas perdieron los aromas, el vapor de los guisados: la carne, el pescado, el pulpo, las habas…
Muchos quedamos enredados entre las quillas y mástiles en la eterna ondulación de las aguas, así ¿qué puedo decirle que no haya olvidado, que la violencia de la Naturaleza no borrara, que en la añoranza no transformara o que el capricho ocultara?
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El tiempo y sus personajes darán a esas tierras otro nombre y a su origen otorgarán por fundador a Neptuno quien heredara en favor de su hijo mayor de los cinco pares de gemelos habídos con Cleito.
Mil años después al gran hundimiento, los sacerdotes egipcios hablarán de añeja historia a Solón y de éste tomará Aristocles –apodado Platón– para el inicio de su Timeo y narrará las desventuras de aquella civilización en el fragmento conservado se su Critias.
Tera, un rostro de tierra estrujado hace 2 500 años.
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(El rescate de Tera lo inició el arqueólogo griego Spyridon Marinatos en el año de 1932 y él mismo murió en esa isla originalmente redonda con diámetro de 16 o 18 kilómetros a consecuencia de una caída en las excavaciones realizadas en la ciudad de Akrotiri.)
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