En Ambiente

Por un poco menos

Grulla. Acrílica sobre cartulina. 21.5 x 28 centímetros.

Al acicalado lector de noticias en el estudio de la tv, cariacontecido, pide menos crueldad en el sacrificio de los animales.
En otro espacio informativo, un periódico que en las islas Faroe, cerca de Hvalvik, en Dinamarca, «más de 180 ballenas fueron asesinadas durante la tradicional matanza…» porque para esos descendientes de vikingos es parte de su dieta desde hace unos mil años, y la humanidad preserva tradiciones a la carta.
La gastronomía oriental ofrece la máxima frescura en el plato del comensal ante el que depositan el pez frito o cocido –aún con vida–, para constatar que aquellas latitudes, cuya sensibilidad es extrema en otras manifestaciones difundidas por los medios y la historia, también pertenece al bárbaro conglomerado de los seres humanos, y ahí, en alguna de las comunidades sujetas a la penuria aberrante, los individuos sobreviven con el sacrificio de perros y gatos a los cuales priva de la piel –aún vivo el animal– para que alguien en el mundo, avergonzado de su desnudez y con el afán de ostentar la mínima valorización personal mediante el acto de compra, pasará su mano por aquellos pellejos tratados que engalanan hombros lustrados con la imposición de un placer ajeno cuya irrefrenable capacidad de pago le nubla la mente ante el dolor de los seres inferiores.
Y el daño a los animales está patente en el baño y la cocina, de la recámara al desagüe, de las cabelleras a las axilas a los genitales; yace en los aromatizantes y en la fritanga, desde la granja al mostrador rústico o el preferido por el sibarita irreflexivo; adorna los autos y nos llena de envida la mirada, porque algún día «cuando Dios nos ayude», pondremos bajo control personal el dolor sublimado, la purificante emanación del sahumerio social ante el olvido de que «eso» un día fue parte de la vida.
Mientras, el lector de las noticias frunce el ceño y pide menos crueldad a quienes arponean a las focas pequeñas, a quien mata con palos a las tortugas, al que dispara a los venados, olvidadas las bestias sacrificadas bajo el patronazago de alguna divinidad comercial.
A los peludos, a los emplumados, a los escamosos; a los que arrastran su existencia, a los que levantan su estructura por los aires; a los de las ignotas profundidades marinas, a los que bajo la luz de la luna rumian la inconsciencia de compartir el espacio de su existencia con el destructor sofisticado al que ahora ni le semeja asesinato su proceder. Así en el cielo como en la tierra; así en lo poco como en lo mucho; así en lo menudo como en lo enorme, por la vida de aquellos a quienes se la arrebatamos aún cuando sea con menos crueldad aplicada, con lo cual, seguramente el lector de las noticias dormirá tranquilo.

lopezwario@hotmail.com

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