Del proyecto «Cantos de vida». Ensayo 1. Nanahuatzin. Acrílica sobre cartón. 31 x 20.2 centímetros.
El primero. Una gran pua flamígera hiere el espacio más allá del camino de las nubes. Sangra gotas de fuego sobre la tierra desde el centro hacia los rincones. Llaga difuminada con cada regreso del sol.
El segundo. Fuego alimentado con agua, agua combustible para el fuego. Sin aviso, inútil el esfuerzo de los hombres en el templo de Huitzilopochtli, las llamas consumen, el agua quema, incinera la construcción.
El tercero. Sobre el templo de Xiuhtecuhtli un golpe de sol, un destello celestial sin lamento, casi en seco, apenas una ligera llovizna atenuó el latigazo brillante.
El cuarto. El camino del sol recorrido al revés y en tres partes herido. Largas sus colas, bolas de fuego chispeantes en pleno día.
El quinto. La violencia acuática desmorona la tranquilidad, bulle en el espíritu, espuma al pie de las construcciones, derruye los muros y arruina los bastimentos. Desde la laguna anega toda esperanza, mengua el futuro, quebranta la vida común y en el terreno revuelto el brote tardará en restituirse.
El sexto. … y viene la madre, la mujer nocturna a llorar por sus criaturas, a lamentar la pérdida. Despedazado el silencio de las calles y de los caminos ¿a dónde ir?
El séptimo. La rodela en la bruñida frente del ave repite el ritmo del cielo y las estrellas, la agitación en gente de a pie y sobre el espaldar de grandes bestias cubiertos con los destellos de sus vestiduras. Pájaro de la laguna desaparecido después de visto por el Huey Tlatoani y sus sabios.
El octavo. El fin de todo de este mundo. Después vendrán otros seres, nuevos habitantes, nuevos dueños para lo que ahora es nuestro, inclusive nuestras miserias. Eso anticipan los monstruos traídos, los que desaparecieron después de vistos: los deformes, las personas con dos cabezas, los unidos por el tronco, los de la piel color de la luna, los sin rostro. Lo que es nuestro sustento será el de ellos, nuestra vida de nadie, de nadie será nuestro aliento porque nosotros ya no sabremos más del todo. Polvo esparcido nuestros huesos.
Después: sólo las sombras desdentadas.
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