4º.- Nahui Atl (4 Agua).
Duró seiscientos setenta y seis años. (1,354 + 676 = 2,030 años.)
Durante cincuenta y dos años las tres generaciones finales miraron a su sol asombrados, incrédulas en aquel lento agotamiento, la calamidad les anegó, les pudrió la dicha y las palabras, decoloró los himnos escritos, frotó piedra contra piedra hasta borrar su historia, añubló el brote, pudrió los sonidos y confundió los aromas.
A Tata (el hombre) y Nene (la mujer) les protegió Titlacahuan (“de quien somos esclavos”) en el centro de un ahuehuete horadado; sólo a ellos, desde la cúpula color viridiana, millones de fuegos blancos les velan el sueño.
Al final de la fracasada creación, con un alarido errabundo claudicó la presencia del último ser.
5º.- Nahui Ollin (Cuatro Movimiento).
(Del 2,030 a ¿?)
Un silencio sin trasmutación yace enfangado en el espejismo de un continuo que ya no es lo que la promesa ofreciera. Incontables años de alharaca vana sin fragancia, subsistencia estropeada, ahogada, asfixiada, suplantada por ajena realidad. Otras entidades engalanan las viejas aras donde una serpiente —ahora ausente— en continua ondulación afirmaba silenciosa la pervivencia. Las miles de vidas creadas fluyen sin huella hacia el vientre de la nada primigenia, el viento trae un aroma diferente al copal antiguo, el clamor si atabal repite un canto sin vigor, alicaído, autoimpuesto.
Al final de las fracasadas creaciones con cinco gritos errabundos claudicará la presencia del último ser.
Nado en cuatro ríos escabrosos y una noche silente.
El vientre asolado y la gloria enlodada yacen en la nada;
un remedo de gozo deshebra la esperanza efímera;
impulsa el viento tumultuoso el vestigio de vida
trémula de miedo —arte y miseria en confusión—
sobre un insensato delirio, imploración atona.
Perdimos el frescor venido del monte y el vocablo natural,
la música de los abuelos y el infinito del después.
Heredad pútrida, triunfo abatido,
el púrpura es arriba y abajo, oculta
con su manto ceniza, reina la desdicha.
El caos abatió la gallardía, calcinó las gibas de los montes,
desmembró el plumaje, amordazó al trino;
la fetidez fue el todo y un rebullir entre lamentos
desordenó el camino de las hogueras distantes de la noche;
en un amasijo quedaron el sol y la luna, el ayer y el mañana,
la continuidad en la muerte.
Nada son estos cuatro ríos escabrosos y la noche silente.
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