Ahora que todos duermen te digo ¡adiós! Pronto el día tras día quedó en un bagaje de recuerdos. Ya no tuvimos la oportunidad de otro saludo, de aquel ritual ¡hola muchacho! Pronto vivimos en pasado y pronto hirió el amanecer sin ti. Ahora que todos duermen pronuncio un ¡adiós! refractario a la entereza, negado a la resignación y con el hueco inmenso en el gollete. ¡Adiós compañero! Y aunque de nada sirva: ¡gracias! por tu compañía, por los momentos de placido reencuentro y por aquello que llamamos alegría compartida.
Prematuramente ofendió la ausencia, tempranamente amaneció el día sin ti.
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Caballito color de noche y una estrella en la frente, raudo viento de sol montado en cuatro patas; réplica airosa del desierto árabe en tierra americana.
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Alarido vivo en la garganta encajado por traición. El cuerpo desmadejado al cobijo de un hábito franciscano regresa a Catedral después del destierro interrumpido por el exilio conclusivo.
Ensangrentado cuajarón, guiñapo humano, sobre las rocas con tañido luctuoso.
Perdió de una en una las ramas antiguas y luego por decenas, en veintenas las nuevas, en treintenas los retoños. Llegó el día en que desnudo frente al temporal la raíz no resistió y los tres impactos lo impulsaron hacia una historia degradada.
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Busco el sombrío ausente en el espacio donde un árbol propio canturreara ramificación de promesas junto a un cause ya sin nuestro rio; donde todo iniciara y en donde todo termina.
Una luna grande y brillante cruzaba sin prisa la techumbre tejada de la casa y ella, resguardada por la obra de la elaborada herrería, por fin suspiraba un ¡sí! trémulo.
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Si cuando miras sus ojos ahí no te encuentras, si al mirar sus manos éstas puntean un horario diferente, si la voz tiene un tono si las consonantes de tu nombre y una lágrima le ahuyentan los recuerdos ¿para qué insistir? … insoportable ser pasado, ingrata la añoranza.
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