Composición nocturna. Acrílica sobre cartulina. 28.1 x 37.5 centímetros
Los niños, esos seres horripilantes que no son adultos chiquitos, “esos locos bajitos” receptores de toda nefasta herencia son a quienes endilgamos la corrección de nuestras fallas y torpezas porque no tuvimos talento, vocación ni tiempo para asear el vómito.
Esas criaturas que nos obligan a clamar por un Herodes falseado, no tienen llevadero ni misericordia por el padecimiento de los adultos, llenándose el estómago con la vitalidad de la madre y la tranquilidad del padre; incontrolables en las aulas o en la feria, perdida la fantasía, aún reclaman los juguetes en las temporadas creadas por el comercio al que obedecemos con mayor naturalidad que a la razón; ejemplares móviles que nos encajan día con noche las dudas no confesas y con ellas aconsejar lo que jamás pudimos, lo que nulamente entendimos.
A esos primates a los que con un mentido cariño lanzamos fuera del barco junto con las mujeres, que en toda beligerancia sirven para enternecer fugazmente los corazones de una bostezante audiencia, les atiborramos el vientre y la mente con verdades ajenas nunca asumidas, les mandamos dormir cuando agotados del diario trajín exigimos reposo para nuestra mente perturbada con el discurso falso de esta realidad impuesta y les esquilmamos las porquerías acumuladas en los bolsillos del pantalón.
Atorrantes a los que en la lejanía llamamos cariñosamente enanos, tornillos, viejitos, rapaces; los que durante un momento otorgaron su calificativo a grupitos musicales y a los que separamos por géneros para no meterlos en un costal supuestamente misógino, les apagamos la luz para que “el coco” se encargue de una labor que nos resulta imposible.
Los niños son una lacra social que ignora la trascendental jerigonza sobre fluctuaciones macroeconómicas y a los que aceptamos porque en el futuro producirán los bienes necesarios con la plusvalía que nos negaron los grupos en el poder.
Los niños son seres detestables quizás porque nos restriegan en la nariz que hace muchos años nosotros fuimos una estructura semejante. Son en el espejo la imagen al derecho de nuestro pasado inquietante, borrado a medias, beneficiado con el recuerdo.
Los niños no son angelitos ni un regalo de Dios: son crueles, desalmados a semejanza de los adultos con la sola diferencia de los elementos con los cuales demostrar la dureza de un corazón que no es tierno en el sentido eufemístico que le otorga el amor de quien le sacará los ojos.
Los niños, las mujeres, los ancianos, los hombres y hasta los dirigentes son vida manifiesta y por ello inquieta su proceder pervertido opuesto a una moral y ética mamadas.
Los niños son monstruos que mienten, olvidan, traicionan, tiran del cabello al prójimo; esos irreverentes que algún día serán adustos y solemnes como este dechado de sabiduría total que somos los mayores a los que nada nos sorprende y a cubierto con una verdad inventada, inamovible, continua y hecha a la medida.
De esos seres horripilantes que en la mayoría de los casos no están seguros ni con sus padres no entendemos cuál es la esperanza para su futuro ni porqué ahora llegan sin torta bajo el brazo.
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