Son unos gigantes. Fue un día histórico, inolvidable, publican los diarios tras la coronación de México el domingo 10 por la noche, al vencer a Uruguay 2-0 en la final del campeonato Mundial Sub 17. Calificaría a ese grupo de jovencitos, vestidos de verde, de equipo milagro, mágico y afortunado. Así lo vimos desde el partido contra los alemanes que perdían por dos-uno en los minutos finales y no veíamos cómo pudieran remontar el marcador si todo lo estrellaban en la defensa teutona. Agonizaba el juego y vino entonces el gol olímpico de Jorge Espericueta: cobró un tiro de esquina por la derecha, el balón curveó al llegar a la portería y entró a la red, ante la incredulidad del portero.
En la acción salió herido de la cabeza Julio Gómez por un golpazo que recibió de un rival. Lo atendieron en la orilla del campo, ya no iba seguir, pero al agotarse los cambios, regresó vendado al partido con tan buena fortuna que, sobre el tiempo, anotó el gol del triunfo con vistoso remate de chilena. Una victoria angustiante, increíble, que dio el pase a la final contra los uruguayos. Quedó listo escenario el escenario para el choque decisivo en el estadio Azteca frente a Uruguay, que había eliminado a Brasil con un contundente 3-0. Así que la empresa no iba a ser nada fácil para el tricolor. El gigante de Santa Ursula lleno a su máxima capacidad, 100 mil espectadores apoyando al equipo de casa. Los chamacos se sintieron arropados por su gente y en ningún momento sufrieron pánico escénico; todo lo contrario, se desenvolvieron con soltura.
El gol de Antonio Briseño, capitán del equipo, al minuto 31, dio más tranquilidad a los mexicanos y esperanzas de alcanzar el título. Fueron transcurriendo los minutos entre apremios por los ataques de los charrúas y, otra vez, sobre el tiempo, a los 92, anotó Casillas el segundo del Tri y se acabó la angustia. El triunfo ya estaba asegurado y estalló el júbilo en la tribuna con el silbatazo final del árbitro. En el palco de honor el Presidente Felipe Calderón, acompañado de su esposa, Margarita Zavala, y el presidente de la FIFA, Joseph Blater, gozó como pocos la victoria de nuestra selección. Sólo queda comentar que este equipo, dirigido por el potro Raúl Gutiérrez, se coronó invicto, siete partidos jugados y todos ganados, desde el primero ante Corea del Norte, hasta el último contra Uruguay, pasando sobre fuertes rivales como Holanda, Francia y Alemania.
Hubo juego de conjunto, pero sobresalieron algunas individualidades. Jugadores que pintan para figuras y pueden triufar en el profesionalismo, como el delantero Carlos Fierro, deChivas; Jorgre Espericueta, con privilegiado toque de balón; el chaparrito Julio Gómez, el de la descalabrada que ya es un ídolo; el zaguero Toño Briseño; el portero Richard Sánchez, y otros más que van a sobresalir como los que se coronaron hace seis años en Perú. A todo esto, hay que agradecer este momento de alegría que nos brindaron esos chamacos de 17 años, un ejemplo para la juventud mexicana y un bálsamo muy oportuno por crisis e intranquilidad que sigue viviendo nuestro país.
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