Él es un jarrón en el que no cualquier flor merece estar. Él viaja armado con la filosofía de los dieces escolares y el paso negligente de quien dispone de todo el tiempo para que le esperen.
Él es un modelo de buenas maneras, nada ajeno le es desconocido y a la pregunta ¿de qué color son sus calcetines? señalará satisfecho que son del color del momento. Da bombo a lo foráneo sin afán de asimilar, su inglés engolado no le redime de su absurda confusión entre el cómo y como, lo mismo le da el dónde que donde, en su afirmación suelta un cuándo para afirmar imperturbable quién en vez de quien lo mismo que su aserción manifestada en la acentuada qué; es escabel de los de arriba sobre una banqueta de olvidos.
Es un disfrute su prédica, maldice doctamente y corrige lo distante y lo presente, desentraña las ecuaciones abstrusas y abjura de los principios de ayer. Dirige el devenir con lemas expropiados, nunca yerra, es de tal solidez su sapiencia que al mismísimo Satán corrige y a los dioses de la historia tutea.
Él bien sabe cantar en las 6533 lenguas vivas y en dos o tres ya perdidas. En latín repite los axiomas y ríe en griego las tragedias. Corrige a Cervantes con algarabía de fregonas en compadrazgo cercano con el rústico Shakespeare para desgreñar a Tolstoi y a Guy de Maupassant. Lamenta la languidez de Beethoven para tachar de infeliz a Villanueva; los brochazos de un Van Gogh o de un Orozco son expresión anémica y el gesto de la Gioconda exangüe. El David es una desproporción, Moore le resulta soez y la Venus de Willendorf prosaica desnudista. Para él no hay concordancia alguna en el canto V de “La Comedia” de Dante, “El beso” de Rodin y Francesca da Rímini en la obra de Tchaikovski.
Quando leggemmo il disïato riso / Cuando leímos que la deseada risa
esser basciato da cotanto amante, / fue besada por tal amante,
questi, che mai da me non fia diviso, / éste, que nunca de mí se había apartado,
la bocca mi basciò tutto tremante. / me besó en la boca todo palpitante:
Galeotto fu ’l libro e chi lo scrisse: / el libro fue y su autor, para nosotros Galeoto,1
quel giorno più non vi leggemmo avante. / y desde ese día ya no leímos más.
Detesta a Nureyev, “El hombre que cayó en la tierra” es un mal feto (incluido David Bowie), llena de improperios a Stapledon por su química mística, paga a otros la protección de los arbolitos que mañana destruirá… él es capaz de pincharle un “smile” a la muñeca fea y a la vez tararearle “Lullaby”. Obsequia lo ajeno e iracundo pespuntea —con solemnidad ridícula—un baldón en la heredad propia.
Él tiene una chequera/cornucopia y un perrito de peluche en el sillón. Él lamenta los valores perdidos mientras hurga en su botiquín por el tinte adecuado para encubrir al garañón derrotado, al viñedo ficticio, en realidad, erial.
1. Galeoto, del francés Galehaut y del italiano Galeotto, es un personaje en las novelas medievales de caballería. Personifica al amigo por antonomasia, generoso y valiente. En sentido figurado, un galeoto es un alcahuete, medianero en amores lascivos: una celestina en figura de varón.
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