Sin la intervención de las decenas de miles de mujeres en la Revolución Mexicana que se inició para acabar con la dictadura de Porfirio Díaz Mori y sacar de la esclavitud a una parte de los mexicanos y de las leoninas condiciones bajo las cuales laboraba la mayor parte de los obreros, el costo de vidas que habría cobrado ese movimiento armado hubiera sido infinitamente superior.
Los millares y millares de mujeres que participaron en el movimiento revolucionario permitió que mientras los hombres se preparaban en las armas y descansaban, ellas preparaban las comidas, los apapachaban y los procuraban.
Es innegable que gracias a mujeres como la “Adelita” que no combatieron, pero que su trabajo salvó miles de vida, toda vez que en su calidad de enfermeras se dedicaron a cuidar, curar y atender a los enfermos y heridos.
De acuerdo con la historia, la “Adelita” fue una mujer extraordinariamente bella, pero su grandeza no radica en eso, sino en su trabajo como enfermera. Las leyendas y mitos dicen que se llamaba Adela Velarde Pérez o Altagracia Martínez, esta última murió a fines de los 70’s en Los Ángeles. La “Adelita” también es famosa porque se le imputan amoríos con Pancho Villa y muchos hombres más, pero de generales pa’rriba.
Quién no ha visto fotografías y películas en las que millares de pobres mujeres enrebosadas con un bulto en la espalda, fusil al hombro y con una mano agarrada a las correas de atrás de la montura, marchaban penosamente para apoyar en todo momento a su hombre y también a la revolución.
Decenas de millares de mujeres murieron y muchas más expusieron sus vidas e integridad física, algunas por convicción, por amor, decepción y simple y llanamente porque no tenían nada y ni le hacían falta a nadie. A estas valientes y arrojadas mujeres que acompañaban a sus “Juanes” se les conoció como soldaderas.
Entre ellas predomina la figura de una mujer nacida en Cajeme (ahora Ciudad Obregón). Dicen las leyendas que se han tejido alrededor de ella que cuando su padre, Don Pedro Gatica, murió, ya no le hacía falta a nadie. Así que tomó las armas vestida de militar, para combatir bravíamente en las tropas de Álvaro Obregón.
Esta valiente y arrojada mujer portaba dos cananas (carrilleras terciadas sobre el pecho) y el fusil al hombro, empuñando el 30-30 o revólver mandaba al otro mundo al enemigo. Ella fue la afamadísima Valentina, la Guerrera Valentina, la Valentina Gatica, la de la canción. Aunque algunos dicen que también se le conoció como Valentina Ramírez Avitia. Ella conoció Sonora, Sinaloa, Nayarit y Jalisco.
En el sur, también existió una mujer que se tomó en serio la Revolución Mexicana y que creyó más en Emiliano Zapata que él mismo. Ella se vistió de hombre, tomó las armas y se unió a la bola, en Guerrero, fue tan audaz y sanguinaria en el combate que llegó a ser coronela. Ella era una mujer negra, por lo que se le llamaba la “Negra” Angustias Farrera, cuya vida revolucionaria acabó cuando encontró a la “luz de sus ojos”, el dueño de sus quincenas y de su amor.
También existen registros de la coronela Carmen Alanís, de Casas Grandes, Chihuahua, que al mando de 300 hombres se levantó en armas para apoyar a la revolución; participó en la toma de Ciudad Juárez. Ahí tienen a la coronela Juana Gutiérrez de Mendoza, mejor conocida como la coronela China, que comandó un batallón conformado por viudas, hijas y hermanas de los combatientes muertos. Ella también fue periodista, contacto y espía al servicio de Madero.
También está la coronela Dolores Jiménez y Muro que fue nada menos que la redactora del Plan Político y Social que desconoció al régimen porfirista; ella escribió para el liberal “Diario del Hogar” y formó parte de “Las Hijas de Cuauhtémoc”. Tampoco se puede olvidar la labor de Carmen Serdán Alatriste, totalmente maderista, que luchó por la democracia.
Las mujeres, soldaderas y adelitas fueron una parte fundamental de la Revolución Mexicana porque no nada más tomaron parte como cocineras y enfermeras, sino como soldados, para adquirir armamento, proveedoras de las tropas, además, fungieron como telegrafistas, administradoras, mensajeras, espías, periodistas y distribuidoras de armamento. A pesar de ello, los políticos hacen todo lo posible para sepultar en el olvido, su gloriosa participación.
Don Toño, estampa viviente
Años atrás (1995), cuando vivía en una buhardilla, entre Puente de Alvarado e Insurgentes Centro, tuve de repente a un vecino, muy humilde, una persona del campo, un campesino. Con el pasar de los meses, nos hicimos amigos. Entonces, aquel campesino me comentó que la Revolución Mexicana no sirvió de nada, porque no se solucionó nada y porque de hecho, continúan los mismos pillos y ladrones en el gobierno. Su lucha y la de millones de mexicanos fueron estériles. Esto no tendría la menor importancia si lo hubiera dicho cualquier campesino, sin embargo, se trataba del “Niño de la Leva”. Hay una famosa fotografía del “Niño Soldado”. Su nombre es Antonio Gómez Delgado, quien aseguraba que fue espía y mensajero entre Maytorena, Villa y Zapata. Pues este amigo se ponía muy triste cuando una de sus nietas subía a su cuarto para “sustraerle” la tarjeta para robarle su pensión de 1,500 y cachitos de pesos que cada mes le depositaba la SEDENA en el Banco del Ejército. Ante esta situación, Don Toño se fue a vivir a otro sitio. La autenticidad de este hombre fue corroborada por la gente de Luis Echeverría Álvarez y, desde luego, la SEDENA, así como por la Organización Especial de investigación.
Luz Corral, la última de Villa
También recuerdo que allá por 1973, Raúl Alfredo y María del Carmen Peña Bejarano me invitaron a Chihuahua; hicimos 24 horas en los Chihuahuenses. En esa ocasión, fui a conocer el Museo de Pancho Villa, cuya entrada estaba custodiada por un viejito disfrazado de soldado de la División del Norte; entré tras pagar mis 20 centavotes. Por ahí vi unos machetes, fusiles, zapatos, ropa y el carro donde asesinaron al Centauro del Norte, que, por cierto, creo que le conté como 70 agujeros, supuestamente de balas asesinas. Al final del recorrido pedí conocer a la última mujer de Pancho Villa, Doña Luz Corral. Estaba muy vieja, enferma y acostada en su cama porque no podía pararse, por tener piernas, tobillos y pies como de elefante, bien hinchados. Entre otras muchas cosas, me dijo que puso el museo para hacerse de unos centavos, porque los 120 pesos que le daba el gobierno de pensión no le servían de nada.
3a parte del serial revolucionario de @MiAmbiente "Las adelitas" http://www.miambiente.com.mx/?p=7744 se vale comentar