En su mensaje, Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, en el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, proclamó: “No dejemos que se seque nuestro futuro” Bajo este pronunciamiento advirtió sobre los riesgos mundiales que entrañan sequía y escasez de agua. Fenómenos cada vez más frecuentes en el hábitat humano.
Ante esto, la acción depredadora del hombre contra la tierra, debe ser considerada.
En nuestro país, como en el mundo, acaso no sea tan fácil percibir lo que ocurre, por las nuevas generaciones. Acostumbradas al crecimiento de ciudades que avanzan incontenibles sobre tierras que tenían usos diferentes. Menos clara su visión sobre qué era nuestro campo hace algunas décadas.
Quienes nacimos en la primera mitad del siglo XX, todavía tuvimos la oportunidad de ver feraces paisajes verdes, arbolados. En recorridos por caminos que nos llevaban a pueblos y ciudades, cercanos o distantes. Mejor era la forma como eran percibidos por los viajantes aéreos. Superior la perspectiva de ocupantes de avionetas que vuelan a baja altura. En distancias cortas por aire, pero interminables por tierra recorriendo brechas, caminos de mula, si los hubiera habido.
La imagen de paisajes como esos pervive entre mis recuerdos gratos. En los años 50 acompañaba a mi padre, solía hacerlo, a cacería por los Tuxtlas, en Veracruz. Es zona donde sobrevive la más septentrional de las selvas húmedas de América. Caminábamos por parajes llenos de árboles, de plantas. Las veredas se cerraban por lo tupido. Se entraba a golpe de machete conducidos por los guías, nativos. Como una foresta silvestre de gran riqueza, había una fauna igualmente variada. Ésta, ya se extinguió, aquella está en desaparición.
En esa selva se filmó la película El curandero de la selva, protagonizada por Sean Connery. Al término de la filmación, dijo que habíamos convertido aquellos parajes en basureros. Que su destrucción era criminal. Como veracruzano me sentí ofendido por expresiones poco comedidas. Lo comenté con un lugareño de Monte Pío, lugar costero de la selva. “¿Eso dijo?” Se quedó corto, lo que hemos hecho no tiene nombre. Talan árboles de 500 años de edad. Nunca podrán ser recuperados. La reforestación no nos devolverá lo perdido. Un árbol de esa edad, o de cualquiera, es resultado de un medio cuya combinación de factores es imposible se repitan: tierra, humedad, temperatura, presión atmosférica, luz, entorno vegetal y animal, acción humana.
Se acaba con los árboles, con los montes, con los cuerpos de agua, con los recursos naturales, renovables y no renovables. Se realizan actividades de agricultura, de ganadería. Las ciudades se extienden. La infraestructura crece. La industria avanza. En un marco de cambio climático. O, al revés, todo ello contribuye al fenómeno del clima. Consecuencia inevitable, avance en la desertificación que padecemos.
¿Qué hacer? Que se cumplan, en las políticas públicas y en las actividades privadas, los propósitos de preservación ambiental; las políticas tendentes a fincar el desarrollo con una visión de sustentabilidad, sostenibilidad, como lo proponen la ONU y acuerdos internacionales en la materia.
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