Hay quienes afirman que México tiene una Constitución Política de excesivo contenido. Que en ella se mezclan principios dogmáticos, el qué hacer y cómo hacerlo. La forma de gobierno y ordenamientos que debieran ser tema de reglamentos. Procedimientos económicos y laborales lo mismo que electorales. Pudiera ser, no lo discutiría, háganlo expertos. Lo que en lo personal me ha parecido, desde mis clases de civismo, en la enseñanza media, y las de introducción al estudio del derecho, teoría del Estado, derecho constitucional, en el nivel superior, es que nuestra carta fundamental es proyecto de vida nacional; proyecto de vida para los mexicanos, y las mexicanas, de ahora y de mañana.
Educación para todos, y para todos alimentación, salud, vivienda, empleo, salario remunerador, atención de los gobernantes a los gobernados, de los tres poderes y de los tres órdenes; seguridad, amparo, respeto al derecho de las personas, libertad, justicia, servicios municipales, preservación del medio ambiente, de los recursos naturales; vida, lo primero. ¿Cuánto más de aquello que conforman los indicadores del bienestar? De la felicidad diría, principio y fin de la razón de ser del Estado, entendida la felicidad, lo he manifestado, como la satisfacción suficiente y oportuna de los requerimientos espirituales y materiales de las personas, de las familias que integran, de las comunidades que conforman hasta llegar a la más amplia de todas, la comunidad nacional, se extiende más allá de nuestras fronteras; comprende a los mexicanos de aquí y los de allá, tan considerados como tales que son sujetos del derecho al voto.
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, llegada a 97 años de su promulgación, es norma y forma, es proyecto. Nuestra Carta Magna está a tres años de convertirse en una centenaria joven, porque en la vida de las naciones 100 años es un período breve. Pero también, en cuanto a vigencia institucional, un siglo constituye un tramo largo de paz social, de estabilidad. Sobre todo si lo comparamos con la centuria que le precedió, de alta turbulencia. Un tiempo en el que nos enfrascamos en guerras intestinas y sufrimos dolorosas agresiones extranjeras, cuatro, ante las cuales carecimos de la cohesión nacional para enfrentarlas.
La Constitución es programa de realización plena pendiente. Por eso parecen alentadoras las palabras del presidente de la República, Enrique Peña Nieto, cuando en Querétaro, en la ceremonia de conmemoración, convoca “a que sigamos construyendo juntos la sociedad de derechos que manda nuestra Ley Suprema. A cerrar la brecha entre el proyecto que estipula nuestra Constitución y las condiciones reales de nuestro país. Que nuestra Carta Magna sea cada vez menos, una aspiración, y cada día más, una realidad efectiva”.
En clara alusión a las reformas, que han merecido reconocimiento en el mundo y alcanzado efectos como la colocación de México como nación solvente (de rango A, nivel superior en la escala crediticia) por parte de la calificadora Moody’s, el Presidente dijo que la Constitución no es un ordenamiento estático sino un pacto social que sintetiza nuestras más altas aspiraciones. Es guía, agregó: “El programa fundamental que orienta las acciones del Gobierno de la República, las libertades de las personas, la educación como motor de la transformación nacional, la seguridad en la tenencia de la tierra, los derechos de los trabajadores, así como la democracia. Principios que deben preservarse y ampliarse cada día.”
La conmemoración de la Ley Fundamental en Querétaro, en el recinto de su construcción, fue un justo reconocimiento a los protagonistas de entonces y a los de ahora. A los hacedores del México que queremos heredar a nuestro hijos.
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