La historia de los yaquis, uno de los grupos étnicos más representativos y aguerridos del norte de México frente a la construcción del Estado-Nación moderno, es parte de la investigación histórica que realizó el maestro en historia y etnohistoria Axel Solórzano de la Rosa, que lo hizo merecedor del Premio Gastón García Cantú 2015, otorgado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).
En este estudio ofrece un análisis histórico de la resistencia de esta etnia desde la instauración de los pueblos de misión entre la tribu (siglo XVII) y hasta inicios del XX. En donde se enfoca primordialmente en la conformación de la identidad nacional del siglo XIX, y en cómo los indígenas fueron afectados por el desarrollo del México moderno, a través de procesos políticos como la Reforma Liberal.
Los yaquis, indicó el investigador, han sido un enclave cultural muy poderoso, la simbiosis que han hecho entre la religión católica y su propia cosmovisión, su fuerza cuantitativa y cualitativa a nivel regional, su capacidad de negociación, su desarrollo histórico y su rebeldía, entre otras características, los hace un pueblo paradigmático, cuya resistencia hoy en día sigue vigente.
Dijo que “han sobresalido también por ser el grupo indígena más productivo, dinámico, cohesionado y numeroso del espacio social sonorense”, además de permanecer fuertemente vinculados a la economía más amplia y al mundo exterior a través de su mano de obra, como se advierte en los asentamientos establecidos en los poblados de Barrio Libre y Guadalupe, en Tucson, Arizona, Estados Unidos. Es un pueblo trilingüe que, como los denomina Edward H. Spicer, etnógrafo especialista en los yaquis, constituyen un Persistent Identity System”.
Añadió que ellos, como los mayos (etnia ubicada al sur del territorio yaqui con características culturales similares), se dicen a sí mismos yoemes (gente). Su cultura está ligada al calendario agrícola, lo mismo que sus rituales como las danzas de los Pascola y Los Matachines, que reproducen la concepción de la naturaleza como deidad, a la que los antiguos indígenas y las generaciones actuales rinden culto. El río Yaqui es la columna vertebral de su identidad.
Axel Solórzano de la Rosa citó que el siglo XIX fue un momento muy álgido para los yaquis, porque contravinieron los presupuestos políticos nacionalistas, como la soberanía, a través del ejercicio empírico autonómico yaqui durante los años de 1885 a 1896 del porfiriato.
“Durante el periodo de Porfirio Díaz (1876-1911), el afán era la homogenización jurídica, erradicar el mundo corporativo y sus actores, como los indígenas y sus formas de poseer y usufructuar la tierra; se pretendía que todos fuesen individuos, ciudadanos, propietarios; los yaquis, en cambio, manifestaban lo contrario: eran un grupo específico con necesidades y recursos concretos que no querían un territorio en propiedad privada sino comunal”.
En esta etapa dejaron de ser competencia exclusiva del estado de Sonora y fueron deportados de su territorio y esclavizados para trabajar en Yucatán en haciendas henequeneras o en el cultivo de caña, en Valle Nacional o Valle de la Muerte, en Oaxaca; incluso son llevados a África para luchar como mercenarios en la Guerra del Rif (campaña militar y colonial española y francesa contra poblaciones marroquíes rebeladas).
Al intento de extermino de su pueblo en el último cuarto del siglo XIX, ellos lo llaman su “cuota de sangre histórica”. En 1937, terminan su estrategia de resistencia bélica y dejan las armas después de participar muy activamente en la Revolución Mexicana, desde el magonismo, maderismo y villismo, con Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y el grupo Sonora, persiguiendo objetivos muy claros: recuperar el territorio perdido y ocupado, así como el ejercicio de su autonomía política.
El especialista señala que dicha decisión la toman a partir de que el presidente Lázaro Cárdenas les otorga en propiedad comunal 485 mil hectáreas, que abarcan menos de la mitad del territorio yaqui original, perdiendo dos de sus ocho pueblos: Bácum y Cócorit, que después reestablecieron con los nombres de Loma de Bácum y Loma de Guamúchil. Considera que deben hacerse nuevas revisiones de nuestra historia para tener un panorama más completo de la identidad nacional y derrumbar los mitos que hay alrededor. “Queda mucho por hacer…”, subrayó.
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