Sangre tricolor, piel morena, eso somos, llevamos la grandeza en el espíritu y no en la estatura; valientes, luchadores, que en el campo de batalla aguantamos hasta el último aliento; alegres, coloridos, festejamos con júbilo todo y a todos; románticos, galantes, enamorados del amor; mexicanos con el himno en la garganta y la bandera en el corazón.
Nos podremos quejar de nuestro entorno; la situación política, social y económica no es justamente la que deberíamos de estar viviendo, que si las marchas, que si la delincuencia, que si el mal gobierno, que si la educación, el petróleo, los impuestos, que si las reformas, bla bla bla. Y entonces, llega septiembre, ese mes donde todos nos volvemos eufóricos, nos olvidamos de todo lo malo y celebramos a más no poder. Deberíamos estar orgullosos de nuestra mexicanidad todo el año, pero, no para muchos es así.
Año tras año, la noche del 15 de septiembre se ilumina con fuegos artificiales, plazas públicas revientan con conciertos masivos y mucha gente simplemente se reúne en su casa para celebrar. Que éste no sea la excepción. No importen las rebeliones, los desacuerdos o los choques de pensamiento. Como nosotros nadie, unámonos todos como siempre para conmemorar la fiesta nuestra, la de los mexicanos. Porque México necesita de nosotros y nosotros necesitamos de él.
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