«El capitán Guillermo Dupaix fue realmente un militar mediocre. Nunca participó en batalla y, según consta, todos sus superiores le describieron como alguien ‘de cierta valentía pero ninguna aplicación, con un carácter tan indiferente que le hacía poco útil’», comentó Leonardo López Luján, tras referir que el legado del expedicionista no está en su carrera castrense, sino en el lugar que ocupa en los inicios de la arqueología y la historia de arte en México.
Con un método similar al de este curioso personaje, quien «robaba tiempo de sus obligaciones oficiales para dedicarse a su verdadera afición: conocer ciudades antiguas y describir sus monumentos», el arqueólogo y director del Proyecto Templo Mayor (PTM), ubicado en la capital mexicana, ha usado sus horas libres los pasados 10 años para investigar y difundir figuras o episodios poco conocidos en la historia de esta disciplina.
Esta tarea le condujo en 2003 a los llamativos apuntes que Dupaix hizo de numerosas esculturas y urbes prehispánicas, así como a curar la exposición El capitán Dupaix y su álbum arqueológico de 1794, y escribir un libro que ahonda en las vivencias de este viajero nacido en 1746 dentro del ducado de Luxemburgo (actual Bélgica) y avecindado desde 1791 en la Nueva España, hasta su muerte en 1818.
Dicha obra ha sido reconocida por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) con el Premio Alfonso Caso, a la Mejor Investigación en Arqueología de 2016, la publicación analiza y compara con fotografías a cada uno de los 20 monumentos mesoamericanos registrados en dicho álbum, la mayoría recuperados de la antigua Tenochtitlan en el siglo XVIII, durante el auge urbanístico que impulsó el virrey Juan Vicente de Güemes, segundo conde de Revillagigedo.
«El capitán Guillermo Dupaix y su álbum arqueológico de 1794 rememora igualmente las «correrías particulares» de un hombre que, por ejemplo, tuvo la orden de ir a Puebla en 1794 para el desempeño de una tarea militar, pero en vez de ello emprendió una expedición a las ruinas de Xochicalco, en Morelos, según se sabe por un cuadernillo de 32 páginas, el cual se desconocía hasta septiembre de 2014, cuando fue donado al INAH por los descendientes de Ignacio Bernal (1910-1992).
Dado a conocer por primera vez en esta publicación, el anterior documento se acompaña del acta bautismal de Dupaix, consultada en los registros parroquiales de Vielsalm, Bélgica, e incluso de reportes militares de los archivos General de la Nación (AGN) y de Simancas, en España, a través de los cuales se sabe que el personaje viajó a la Nueva España para cubrir una vacante en el regimiento de dragones del virrey, o que su pasión anticuaria influyó para que le fuera negado su ascenso a teniente coronel, y el puesto de gobernador de la isla y presidio del Carmen, en Campeche.
Al respecto, López Luján subraya que si bien no era noble, Dupaix contó con un estatus lo suficientemente alto como para ingresar a los 21 años de edad en la Guardia de Corps del rey Carlos III; amenizar las tertulias del virrey de Iturrigaray gracias a su educación musical de violín y viola; y frecuentar a los más destacados intelectuales de aquella época.
Detalló que «a diferencia de sus contemporáneos, quienes formaron grandes colecciones de códices y antigüedades en una época en que la escultura prehispánica había dejado de ser vista como idolátrica, Dupaix sólo realizó ilustraciones y anotaciones de las piezas a las que tuvo acceso en excavaciones de obra pública, o que conoció en gabinetes privados y galerías, como las de la Academia de San Carlos».
Este museo de papel, cuyos dibujos eran bocetados por Dupaix y luego mejorados por pintores como José María Polanco, tiene un nivel de precisión suficiente para identificar en la actualidad distintas piezas bajo resguardo del INAH, otras que se encuentran en museos del extranjero, e incluso objetos cuyo paradero se desconoce, es el caso de una flauta polícroma que el anticuario registró en una casa de Coyoacán.
«Lo maravilloso de Dupaix es que recorre sitios como El Tajín, Palenque, Teotihuacan y Cantona, entre otros, y además realiza sus propias excavaciones», menciona el arqueólogo del Templo Mayor respecto a un relieve de Tlaltecuhtli que el luxemburgués observó recién descubierto en el barrio de La Merced, y cuyos cráneos grabados confundió con elefantes, pues estaba convencido que tales animales eran comunes en la Nueva España en función de algunas osamentas de mamut que había desenterrado cerca de la Villa de Guadalupe, así como por una elefanta viva que vio en la Ciudad de México y «que seguramente perteneció a algún circo».
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