En el año pasado, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) registraron importantes hallazgos que refrendan la expresión de quien fue uno de los pilares de esta institución, el antropólogo Eusebio Dávalos, que una vez dijera: Si se pudiera techar México, todo sería museo.
En el recuento de descubrimientos se puede mencionar que en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en el mismo predio de la calle Guatemala donde en 2010 se localizó el Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl, especialistas del Programa de Arqueología Urbana (PAU) del Museo del Templo Mayor, detectaron restos del costado norte de la principal cancha de Juego de Pelota de la antigua Tenochtitlan.
Dicha sección de la estructura prehispánica, que mide 9 m de ancho y se encuentra a 6.45 m al sur del Templo de Ehécatl, presenta tres etapas constructivas correspondientes a las fases V, VI y VII del Templo Mayor, que datan del periodo comprendido entre 1481 y 1521 d.C.
Para el disfrute de los transeúntes del Centro Histórico, este año el INAH abrió dos ventanas arqueológicas sobre la calle República de Argentina, entre Justo Sierra y San Ildefonso. Nuevamente el PAU logró poner a la vista pública restos de un Gran Basamento mexica, ubicado en lo que fuera el límite norte del recinto ceremonial tenochca.
En la ciudad gemela de Tenochtititlan, es decir, Tlatelolco, se suscitó otro descubrimiento relevante. Se trata del segundo Templo dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl, deidad mexica del viento, hallado en esta zona arqueológica.
Dada su importancia, estos vestigios quedarán integrados a mediano plazo en una ventana arqueológica en la acera de la avenida Flores Magón, en la colonia Guerrero de la Ciudad de México.
El corazón de la capital del país reportó otro hallazgo único. Frente a las puertas de la Catedral Metropolitana, el PAU halló la lápida funeraria de don Miguel de Palomares, quien fuera uno de los integrantes del primer cabildo catedralicio, personaje que atestiguó la transformación de la otrora Tenochtitlan a la capital de la Nueva España, en la primera mitad del siglo XVI.
Al norte de la capital mexicana, bajo las capas de un terreno yermo próximo al Acueducto de Guadalupe, arqueólogos y antropólogas físicas de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH excavaron una zona de enterramiento de la aldea preclásica de Zacatenco, la cual fue habitada entre 800 y 500 a.C.
Los restos óseos descubiertos correspondieron a poco más de 200 individuos, entre neonatos, niños, hombres y mujeres jóvenes y adultos. Asociados a los entierros se localizaron alrededor de 250 ofrendas compuestas en su mayoría por cerámica, conchas y huesos de animales trabajados, obsidiana gris y distintas piedras verdes. Sobre varias osamentas, como fue el caso de una mujer embarazada, se observó un polvo rojo que podría ser hematita o cinabrio.
Durante los trabajos de introducción de drenaje en la localidad de San Antonio Xahuento, en Tultepec, Estado de México, se descubrió la osamenta de un mamut. A una profundidad de dos metros y medio por debajo de la superficie de la calle La Saucera, gran parte de la estructura ósea yacía desordenada.
Arqueólogos del INAH exploraron por vez primera las entrañas de la Plaza de la Luna, en Teotihuacan, encontrándose un paisaje lunar repleto de cráteres: fosas en cuyo interior se hallan estelas lisas de piedra verde, conductos que marcan al centro de este espacio los rumbos del universo y una serie de horadaciones que contenían cantos de río, un código simbólico que los antiguos teotihuacanos elaboraron en las primeras fases de la urbe, hace mil 900 años.
Otro hallazgo en este sitio arqueológico mexiquense fue la ubicación, a escasos 10 cm de profundidad, de dos canales asociados al altar central de la Plaza de la Luna, estos conductos tenían igualmente una función simbólica y no como desagüe.
En el sureste mexicano tampoco pararon las sorpresas. En la enigmática Palenque, en el estado de Chiapas, se registró un sistema de canales en el subsuelo del Templo de las Inscripciones. Por su cercanía a la cámara funeraria de Pakal “El Grande” (a 1.70 m por debajo del umbral de su pared norte), este complejo hidráulico, posiblemente, reproducía de manera simbólica el sinuoso camino que condujera al gobernante maya a las aguas del inframundo.
Investigadores del INAH y la UNAM dieron a conocer la presencia de una segunda subestructura en El Castillo, la edificación más representativa de Chichén Itzá, en Yucatán. Los exámenes geofísicos aplicados a la también llamada Pirámide de Kukulcán, revelaron la existencia de dicha estructura construida entre los años 550 y 800 d.C., la etapa más temprana y menos conocida de este asentamiento maya.
Mientras, en la entidad vecina de Quintana Roo, el proyecto Gran Acuífero Maya emprendió tareas de prospección arqueológica, en un transecto de 50 kilómetros radiales entre las localidades de Muyil, Tulum y Cumpón. En distintas cuevas inundadas llevaron a cabo el registro del cráneo de un hombre precerámico, restos de megafauna y un altar maya prehispánico en un estado de conservación inaudito.
El resto humano, que podría rebasar los 10 mil años de antigüedad, se localizó cubierto por una capa de mineral endurecido. El que se encontrara rodeado por estas concreciones, refiere que este elemento óseo estuvo expuesto en un ambiente seco antes de que subiera el nivel del agua en la cueva.
En conjunto con expertos del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, del IPN, investigadores del INAH, entre ellos el emérito Ángel García Cook, lograron extraer hasta 40% del ADN de tres ejemplares de maíz de más de cinco mil años de antigüedad, hallados en el Valle de Tehuacán, Puebla, cuyo resultado revela que las poblaciones ancestrales aún no habían logrado domesticar enteramente esta planta, no obstante practicaban su mejoramiento a partir de técnicas de selección.
Lo anterior confirma que el maíz es un producto nativo de México, surgido probablemente en la cuenca del río Balsas, en el centro-sur, lo cual coloca al país como el de mayor número de razas autóctonas del mundo, con 59 razas originarias que, a diferencia de otras especies de cultivo como el arroz o el trigo, mantienen una notable cercanía genética respecto a sus antepasados.
Comentarios Cerrados