Ganaron: Andrés Manuel López Obrador, Clara Brugada, Rafael Acosta “Juanito”; hasta Marcelo Ebrard. Iztapalapa da para ellos y para otros más. Derrotados, en su lucha interna, Jesús Ortega, Jesús Zambrano, René Arce, Víctor Hugo Círigo; Iztapalapa ya les dio mucho. Triunfó la sentencia: “Al diablo las instituciones”. Y el diablo se llevó la institución electoral y sus leyes; bajo el silogismo se dio paso a la “justicia por sus propias manos”.
Pero sí hay un perdedor. El triunfo de poder y autoritarismo, se tejió, audazmente e inteligentemente, con la manipulación de las masas, convertido a ello la gente. Fue la punta de lanza contra las instituciones y sus propias deficiencias. Bajo la seducción dogmática se llevó a las masas a las urnas, a votar. A dar el voto a un fantasma. Votar por lo intangible, para hacer que otra persona, sí tangible, se convierta en gobierno. Un triángulo: Yo voto por uno para derrotar a tal; y que gobierne otro. Bajo este estigma se celebró el triunfo pleno. Perdió la visión de Estado. Y fue arrastrado el concepto de democracia ¿cuánto tiempo de retroceso y a qué grado se dio el descrédito de la institucionalidad?
Así, bajo el poder del autoritarismo y la filosofía de la justicia por propia mano la pregunta inmediata es ¿para qué sirve el Poder Legislativo? Para qué esos grupos, que ocupan el PT, Convergencia y filiales del PRD, ocupan curules o escaños en la Cámara de Diputados y en el Senado; para qué son partidos políticos. Pareciera, tristemente, que todo eso sólo lo ocupan por el botín de los sueldos o de los presupuestos a los partidos. Una nación se construye día a día, la República se perfecciona permanentemente pero no se le debe tomar por asalto, ni convertir en rehén. Así no es la democracia. Hay mucho por perfeccionar y más por erradicar en las instituciones; hay que hacerlo pero no en la barbarie.
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