Entre México y Estados Unidos hay una relación compleja. Ellos no son para nosotros el vecino ideal. Como nosotros no lo somos para ellos. Asimetrías aparte. No conseguimos “la enchilada completa”, que dijera Jorge Castañeda, pero tampoco los seguimos en su política exterior tan llena de acontecimientos bélicos. Si acaso tuvimos una breve presencia en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, en el frente del Pacífico, con el Escuadrón 201, aunque sí, a título individual, los ejércitos norteamericanos han contado con la presencia de nuestros paisanos residentes allende la frontera.
No pueden ser el vecino ideal cuando tratan a nuestros connacionales en forma discriminatoria, manifiesta en relaciones laborales y derechos sociales, en legislaciones estatales, como las de California y Arizona. Cuando se criminaliza a los indocumentados en zonas fronterizas, donde llegan a perseguir y asesinar a quienes cruzan por aquellas tierras en busca de lo que en las propias no encuentran, trabajo. Joe Arpaio, sheriff en Arizona, es caso emblemático como emblemática es la acción de grupos de cazadores de migrantes en el mismo estado.
No podemos ser vecinos ideales cuando no los hemos seguido en sus afanes guerreros por el mundo. Ocurrió, por ejemplo, cuando invocando el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, Washington pretendía que México participara en supuesta misión de paz a República Dominicana, posterior al derrocamiento del presidente Juan Bosch. No cuando nuestro país, invocando los principios de No intervención, repudió golpes de Estado en el área centro, sur y caribeña, de nuestro continente.
Oportuna la intervención quirúrgica a Vicente Fox cuando en momentos álgidos de la intervención norteamericana y fuerzas de la OTAN, en Irak, se esperaba un pronunciamiento a favor de las acciones por parte de nuestro país.
La España de José María Aznar sí se sumó a las acciones de la OTAN, y así le fue con el atentado terrorista en la estación ferroviaria de Atocha, en Madrid. Ciertamente, la decisión de participar en el Tratado del Atlántico Norte correspondió a Felipe González, gobierno del Partido Socialista Obrero Español, militante de una izquierda moderna consciente de la nueva realidad mundial expresada, entre otros hechos históricos, por la caída del Muro de Berlín, la Glasnot, la Perestroika, la incorporación China a la economía de mercado, la evolución de la Comunidad Europea a Unión Europea, la globalización, el Acuerdo de Maastricht con la determinación de una moneda común, el euro, aunque en eso el Reino Unido preservó su soberanía monetaria conservando la libra esterlina, por cierto, la moneda de más alto valor frente al dolar.
No, no somos el vecino ideal para la nación del destino manifiesto, para la que en algunos de sus círculos de poder nos considera patio trasero, para aquella que proclamó América para los americanos, para la que dijo en voz de John Foster Dulles, Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses. En nosotros hay un sentimiento ambivalente hacia la nación del norte, rencor y afecto. Nos quitaron la mitad de nuestro territorio (aunque no conozcamos mucho de la historia), nos invadieron en 1846 y en 1914, en este año se conmemora el centenario de la invasión a Veracruz. Tenemos presentes la intromisiones del Departamento de Estado, que es decir de su gobierno, Poinset y Wilson, en épocas críticas de nuestro devenir histórico. Pero también recordamos la Alianza para el Progreso de Kennedy, el rescate financiero de Clinton, los esfuerzos de Obama para conseguir un acuerdo migratorio. Como también nos sentimos acongojados y afectadas por la tragedia de las Torres Gemelas, las matanzas en centros educativos, y acudimos solidarios a Nueva Orleans cuando el huracán Katrina.
Sí, las relaciones mexicano-norteamericanas son complejas. Pero tenemos que aceptar: una frontera de 3 mil kilómetros nos separa, pero también nos une.
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