La tradición lo establece: año nuevo, tiempo de compartir propósitos. Compartir, en mi caso, porque propósitos, nuevos, o renovados, tengo todos los días.
Al despertar, al acostarme, los revivo. Reviso lo cumplido y cuanto está pendiente. Por qué sí o por qué no, hice esto o aquello.
Cada día comienza un nuevo ciclo de mi vida. No espero al primero de un año, de un mes, de una semana, para construir, reconstruir y volver a construir cuanto me propongo.
Esto tal vez no lo haya expresado así el 1 de enero del 2008, o del 2000, o de 1968. Tal vez. Pero ya no soy el de entonces, dijera Pablo Neruda, chileno Premio Nobel de Literatura en el “Poema 20”, en 20 poemas de amor y una canción desesperada.
Ya no soy el de entonces. El tiempo ya no es el de entonces. Mi entorno, próximo, distante, inmediato, ya no es el mismo.
He cambiado. Mi familia ha cambiado. Algunos de mis amigos y compañeros partieron ya al lugar donde los encontré mañana. Al lugar donde habremos de convivir ayer. Otros han llegado.
En el inicio de un día miro al horizonte, veo lo que me rodea. Con frecuencia, mucha frecuencia, encuentro la sonrisa de Dios. Generoso que es. Más difícil, como que soy sujeto de la condición humana, del pecado original, me resulta provocar esa sonrisa. A veces lo consigo. Por lo menos, mi diaria petición de que no me permita hacer daño a nadie ha encontrado respuesta al haberlo conseguido en más de una ocasión. Tengo presentes varios momentos en que pudo haber ocurrido, pero logré evitarlo.
Ha ocurrido al revés. En mi plegaria cotidiana pido también al Señor que no permita que hagan daño a quienes están en mi amor, a mi mismo, a los demás. Me ha escuchado. Y también, más de una vez se ha impuesto, en su relación conmigo, el buen ser de quienes he tratado o trato. Por el contrario, en el andar por la ruta de la vida he encontrado el apoyo generoso de personas con quienes convivo.
Así, en el marco de estas reflexiones comparto propósitos: me aplicaré más a conseguir hacer realidad mi deseo de hacer mejor, de ser mejor, de estar mejor.
Ser mejor en la conciencia de lo que soy, de cuanto poseo, de mis capacidades y limitaciones.
Hacer mejor, en el cumplimiento de tareas y responsabilidades. En forma más sentida en aquellas que tienen como destinatarios a quienes amo. En las que derivan de compromisos, de manera formal o no. En las que tienen como consecuencia un efecto sobre otros. Vamos, si no hago buen uso del agua, por ejemplo, alguien, cercano o distante, hoy o mañana, sufrirá por ello.
Estar mejor. Desde el punto de vista espiritual y físico. Para así, cumplir con eficacia todo lo demás.
Como sea. Es mi más elevado deseo que en usted y su muy respetable familia, se cumpla la vieja conseja popular: “Años nones, años de dones”. Dios bendiga a todos. Dios nos bendiga a todos.
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