San Juan por el Evangelista y Atlamica del vocablo náhuatl cuyo significado vertido al español es “A donde llega el agua”, fue uno de los espacios encomendados a los predicadores franciscanos.
San Juan Atlamica cuenta aún con el beneficio un tanto disminuido de sus ríos Córdova, San Lorenzo, Huayapango, Chiquito y Del Molino que nacen en la “Pila Real de Atlamica” creada a mediados del siglo XVII para un mejor repartimiento de las aguas. Entre sus atractivos, aparte de la referencia de los muros blanqueados del ahora denominado “Rancho viejo”, propiedad de Luis Martínez -personaje de la localidad asociado al gobierno del licenciado Adolfo López Mateos-, quedan los restos de la casa que habitara Juan Bernardino, tío del santificado Juan Diego quien viviera en “el cerrito”, es decir, en el cercano pueblo de Cuautitlán.
Este espacio, anteriormente conocido como ejido de San Juan de Atlamica, es tierra con vocación agrícola (maíz -de este lograban en épocas no lejanas la cosecha denominada de 90 días-, alfalfa, avena, cebada…) y ganadera: vacas, borregos y puercos, posee el prestigio de su antigua alfarería: ollas y molcajetes de barro y todavía resulta evidencia cotidiana, la antigua costumbre de obtener el jitomate, los chiles, el cilantro, el epazote, en las tierras circundantes de sus casitas en asociación a los espacios de las gallinas.
En el calendario, las festividades destacadas de San Juan de Atlamica son la conmemoración de “Las tres caídas” en Semana Santa, el “Día de muertos”, la octava posada que le corresponde a esta ermita durante la cual, independientemente a la tradicional letanía y vuelo de piñatas, el barrio convida a sus visitantes el disfrute de tamales y pozole, para cerrar el año con la celebración a su Santo patrono con bailes populares, el atractivo de los juegos mecánicos y la quema de la pirotecnia.
Nos trajo el sabor del pan y don Pedro Sánchez González, al rememora su pasado personal y el de los habitantes de su San juan de Atlamica, propicia la imagen de una antigüedad por preservar: la experiencia y el aroma de aquella tierra fértil hendida por el arado, reverdecida con la siembra lograda y el ocre oscuro de sus terrones tras la cosecha, cuando en el galerón, los aperos de labranza esperan una nueva temporada. Aún tiene en el casi presente la preparación ya un tanto disminuida de las locales carnitas, de la todavía afamada barbacoa local, el juicio formal para determinar la calidad del pulque (a la labranza del pulque dedicó, en compañía de su abuelito, algunos de sus setenta y seis años cumplidos) para llegar al motivo de esta visita, las formas y el sabor del pan -algunas de esas manifestaciones crujientes o esponjadas (para él un gendarme, para mí una piedra)-, en la que destaca el regusto por un bolillo con nata… todo empezó por el pan, por la ahora dificultosa labor para obtener el sabroso y aromático pan que si viene acompañado con un buen trozo de queso de la cercana Santa Bárbara -porque aquí en San Juan ya queda poca producción lechera- ya dirá usted en dónde y qué comer.
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