Hace 35 años, el mundo se sorprendió por el descubrimiento hecho en México de una pieza arqueológica que, pronto, se convirtió en un símbolo nacional: la Coyolxauhqui, deidad lunar de los antiguos mexicas, que vino a explicar parte de la historia mexicana, enterrada en el pleno corazón del país.
El descubrimiento se registró en la Zona Arqueológica del Templo Mayor de la Ciudad de México. Es una plataforma ceremonial de más de 500 años de antigüedad, y junto con ella, la evidencia del empleo de cuchillos de pedernal para la representación de dioses, guerreros o sacerdotes mexicas.
La Coyolxauhqui es uno de los descubrimientos más sobresalientes registrado en lo que fue el recinto sagrado del Templo Mayor; el monolito fue hallado el 21 de febrero de 1978, y representó un parteaguas en la arqueología mexicana y, particularmente, en la historiografía mexica, al detonar trabajos de excavación e investigación en el sitio (1978-1982), que se han traducido en la recuperación de diversas ofrendas con miles de objetos prehispánicos, a partir de los cuales se planeó la construcción —nueve años más tarde— del Museo de Templo Mayor.
La pieza —de 3.25 metros de diámetro— muestra a la diosa Coyolxauhqui decapitada y mutilada de brazos y piernas, luego del combate que sostuvo con su hermano Huitzilopochtli, deidad solar y de la guerra, según refiere el mito narrado por los cronistas Bernardino de Sahagún y Diego Durán; también simboliza el triunfo del sol sobre los poderes nocturnos que ella encarna, porque su cabeza decapitada, de acuerdo con la leyenda, se convirtió en la luna.
Desde su hallazgo, esta diosa mexica se ha tornado símbolo del museo y ha tenido presencia en el arte y vida cotidiana del México contemporáneo, cuya imagen ha sido utilizada en billetes de lotería, timbres postales, monedas de circulación, llaveros, playeras, adornos, entre otros objetos.
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