El Museo Nacional del Virreinato, ubicado en el Estado de México cumplió el 19 de septiembre 50 años de resguardar un acervo de casi 34 mil obras que datan de los siglos XVI al XIX entre pintura, escultura, gráfica, artes decorativas, suntuarias, libros, instrumentos musicales y arte plumario.
Durante estas cinco décadas, el museo asentado en el antiguo Colegio de Tepotzotlán también se ha encargado de preservar el legado bajo su resguardo como lo es el Manto de San Miguel Zinacantepec, tapiz de arte plumario recién restaurado.
La pieza, elaborada en el siglo XVIII con la técnica prehispánica de la pluma hilada y torcida, fue intervenida durante año y medio por la tesista Mariana Almaraz, asesorada por los profesores del Seminario Taller de Conservación y Restauración de Textiles de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
El mito otopame sobre la creación del mundo narra el enfrentamiento de unos gemelos con un águila bicéfala, que es vencida por los valerosos hermanos. Al morir, los ojos brillantes del ave se elevan al firmamento para convertirse en el sol y la luna. Esta leyenda, plasmada en el Manto de San Miguel Zinacantepec, podrá ser apreciada en todo su esplendor gracias al proceso de restauración y conservación que incluyó la fabricación de un contenedor que lo protegerá de la luz, el polvo e incluso el fuego.
Mariana Almaraz Reyes destacó que el lienzo presenta en varios puntos el glifo emblema de Zinacantepec: un cerro y un murciélago. Al parecer es un tapiz o colgante, que era muy común en España y se usaba para representar escudos heráldicos con los que se reconocía el linaje. El águila bicéfala además alude al emblema de los Habsburgo, por lo que tiene múltiples significados; seguramente lo mandó a hacer un cacique llamado Juan Diego porque en uno de los lados se lee ‘Jua Die’”.
La intervención de la pieza, de 1.80 m de alto por 2.40 m de ancho, concluyó el pasado 30 de agosto, con el embalaje de la obra en un contenedor elaborado con madera de maple, aluminio y un vidrio que le permite al público admirar la calidad de la obra.
El vidrio, una mezcla de acrílico con cristal transparente de 6 milímetros de grosor, ayuda a ver los detalles de la obra. Es antirreflejante, no se raya ni se degrada con el tiempo; es antiestático, para que las plumas no se peguen al cristal. El filtro ultravioleta evitará que las fibras se degraden con facilidad y permitirá que los colores permanezcan.
Al respecto, Lorena Román, responsable del Seminario Taller de Restauración de Textiles de la ENCRyM, señaló que la caja no estará sellada; por ser material orgánico, necesita un intercambio con el medio ambiente, por ello tendrá entrada de aire controlado y constante.
Dijo que “el contenedor, de 1.85 m de alto por 2.85 m de ancho, está diseñado con una abertura que permitirá su revisión periódica, sin su manipulación directa, ya que el Manto de San Miguel Zinacantepec estará colocado sobre una placa de policarbonato y ésta, a su vez, sobre una charola que se moverá sobre rieles cuando sea necesario”, explicó.
El Manto de Zinacantepec es uno de los cinco tesoros del arte plumario de la época virreinal, los otros son el huipil atribuido a la Malinche, un paño novohispano, un fragmento de un manto de Zinacantepec y el Tlamachayatl, que se encuentra en Roma.
La restauradora Mariana Almaraz mencionó que el manto está tejido en tres lienzos de algodón unidos verticalmente, con la técnica de pluma hilada que se menciona en los códices, y era usado sólo por los nobles en la época prehispánica. Los motivos decorativos fueron elaborados con la técnica de appliqué a la superficie del manto con pluma torcida teñida con colorantes naturales como el azul añil, rojo de grana cochinilla y amarillo de zacatlaxcalli.
La pieza estuvo en el templo de Zinacantepec, Valle de Toluca, hasta 1940, cuando la comunidad decidió donarlo al Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía. En 1964 fue trasladado al Museo Nacional del Virreinato, donde permanecía en exhibición.
La intervención de la pieza consistió en retirar la crepelina —añadida de una restauración previa—, que tenía en la parte superior del manto para protegerlo. Se le hizo una microaspiración para eliminar el polvo, se fijaron algunos hilos sueltos que distorsionaban la lectura. Se colocó en el reverso un forro como una especie de interface para poder apreciar la apariencia afelpada de las plumas tejidas y al mismo tiempo impedirá que el textil toque la placa de policarbonato sobre la cual descansa.
La especialista expresó que con el armado del contenedor, que lo mismo servirá como sitio de almacenaje, traslado y exhibición, termina su intervención y la pieza volverá al Museo Nacional del Virreinato, por lo que recomendó que se exhiba un año y se guarde cinco años o bien se exhiba tres meses y se resguarde un año.
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