Los miedos, temores y creencias mágicas que habitaron en el pensamiento de los soldados de la conquista, así como los recursos curativos que emplearon, aspectos que han sido soslayados en los análisis sobre este cruento episodio, son recuperados por el historiador Guillermo Turner en una coedición del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) a través de la Coordinación Nacional de Difusión y El Tucán de Virginia.
Dicho documento se titula: Los soldados de la conquista: Herencias culturales, que busca por medio de la denominada historia cultural, los elementos comunes entre este grupo de hombres que venidos de la península ibérica llegaron al Nuevo Mundo con la intención de sacar provecho del rescate, poblamiento y conquista de sus tierras y riquezas.
Ello fue mencionado por Leticia Perlasca Núñez, coordinadora nacional de Difusión del INAH, quien describió que a lo largo de la empresa bélica, estos personajes compartieron enemigos, experiencias y peligros sobre los que generaron una percepción, a partir de su propia lengua (la castellana), creencias, prácticas, conocimientos y representaciones fundamentales para su cohesión como grupo pese a la diversidad del mismo en términos de la formación, educación y costumbres de sus integrantes.
Dijo que “hubo una gama muy amplia de soldados y de capitanes”, refirió Guillermo Turner, autor del libro. “Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (concluida entre 1568 y 1575) habla de bellacos, de hidalgos, de personas letradas, él se menciona a sí mismo como no letrado, pero sin duda era un narrador nato.
“Mi interés surge de saber qué pasaba con los soldados españoles, es cierto que iniciaron el enfrentamiento sin justificación alguna, sin embargo no sabemos mucho de ellos. Algunos autores los señalan como meros aventureros y creo que no es lo único que los define, hay otros rasgos que son lo que he intentado rescatar”.
Además de la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo (manuscritos Guatemala, Remón y Alegría), Guillermo Turner analizó las alusiones que sobre estos personajes se hacen en las Cartas de Relación de Hernán Cortés, en la Relación breve de la conquista de la Nueva España de Francisco de Aguilar, así como en la de Andrés de Tapia sobre algunas cosas que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés. Marqués del Valle.
Más allá de los esbozos biográficos que Díaz del Castillo hace de Cortés, Pedro de Ircio, Luis Marín, Andrés Monjaraz, Cristóbal de Olea, Pánfilo de Narváez, Juan Velázquez de León, Gonzalo Sandoval, Alonso de Ávila y Pedro de Alvarado, entre otros, sus memorias son una aproximación al sentir de las huestes de los conquistadores, cuyo número no ha sido precisado.
“Espantable”, por ejemplo, es el término que usó el cronista para describir la sensación que provocaba entre los soldados el sonido del tambor, los caracoles y las cornetas que llegaba del Templo de Huitzilopochtli como anuncio de algún sacrificio. En su paso hacia Tenochtitlan, diversos pueblos aliados también les advirtieron de que ellos podrían ser víctimas de los “mexicanos”.
En cuanto a los malestares que afectaban a los soldados, iban de afecciones de la piel, en algunos casos consignados como bubas (no necesariamente en correspondencia a la sífilis), el “dolor de costado”, “mal de pensamiento” o enojo, y la tisis o tuberculosis.
No faltó un soldado, el hidalgo Rodrigo Muñeco, que dispuesto a vencer una apuesta hecha por su capitán, subió de golpe un alto cerro llevando puesta su armadura. Acto seguido “reventó al subir la cuesta y murió de ello”.
Siguiendo los conocimientos de la medicina popular europea, los paliativos para las heridas abiertas en batalla eran, por citar algunos, “ensalmos y un poco de aceite”, lana empapada con vinagre o grasa de caballo y en algunos casos de los indígenas muertos. Ante la inminencia del peligro o de la muerte, los soldados llegaban a santiguarse más de una vez.
En lo que corresponde a creencias y prácticas que contravenían lo ordenado por la ortodoxia cristiana, el doctor Turner recordó la mención hecha por los cronistas Bernal Díaz del Castillo y Francisco de Aguilar sobre el agorero Blas Botello, un personaje respetado entre los soldados justamente por sus presagios.
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