poco menos de una semana después del ataque lanzado por el Presidente Calderón en contra de los catastrofistas y justo en el medio de la batalla del gobierno por hacer creer a la población que la crisis no alcanzará niveles superiores, apareció Carlos Slim para acabar con el cuadro, lanzar un reto abierto al régimen y desatar todos los demonios en torno al «catarrito» que tiene bajo amenaza a buena parte de los trabajadores en el país. Los señalamientos del segundo hombre más rico del planeta no son menores. De acuerdo a su pronóstico, el país se encamina a un cierre masivo de empresas, grandes y chicas, a un desempleo enorme, a una tensión social muy seria. El grito de alarma, por supuesto, tiene muchos soportes, pero también, un claro tufo de venganza.
Primero, es obvio que Carlos Slim decidió confrontarse con el régimen de Felipe Calderón ante las constantes amenazas en contra de su centro de actividades financieras. Lo mismo la idea de una ley para controlar monopolios, que el constante aviso de que el sector telefónico tendrá competencia abierta. Lo mismo un señalamiento en torno a las ambiciones de Slim en torno a la televisión, que un golpe decidido en lo que a especulaciones y demás se refiere. De esta manera y para que no quede duda alguna de su decisión de combatir las decisiones oficiales, Carlos Slim soltó un golpe que, se quiera aceptar o no, puso al gobierno contra las cuerdas. De entrada, Slim lo que cuestiona no es otra cosa que la confianza en torno al gobierno. Al señalar que la crisis aún nos reserva la peor parte, lo que Slim provoca es una reacción en cadena. Los inversionistas reciben el aviso de los riesgos que en el país existen.
Lo mismo entiende que las inversiones que el gobierno busca no son de cualquier parte, sino unas ya determinadas lo que bloquea la libre competencia. Después, queda claro que Slim sabe los riesgos que corre y está dispuesto a pagar el costo. Y con ello, lo que pone a la vista es que su enorme fortuna no tiene como destino el país, al menos en el corto plazo. Por el otro lado, y el obvio que Slim lo sabía, el gobierno responde no con el secretario de Hacienda, lo que en sí es ya un aviso de que las cosas están mal. Agustín Carstens ha pagado ya, un precio político elevado con todo el problema de la crisis. Y no se encuentra en condiciones de poner calma en los mercados. Así, se selecciona a un titular del Trabajo, Javier Lozano, que todo lo que hace es simplemente, atacar a Slim en terrenos poco propicios para el gobierno. Y queda a la vista que el funcionario no tiene el «peso político» suficiente como para salir airoso del compromiso. El otro funcionario que salta al escenario es Alberto Cárdenas, titular de Agricultura, quien con menos fortuna aún, intenta cuestionar a Slim. Pero todo mundo recuerda que el señor Cárdenas es el mismo funcionario que hace unos meses fue exhibido ante Calderón como mentiroso por las organizaciones campesinas. Es el mismo que no tiene interlocución en el campo y el mismo que, guste o no, ha resultado un fracaso a la hora de la producción. Así, el gobierno pierde por todos lados.
Y lo peor es que, en este pleito, el gobierno paga cuotas de desgaste extras y pierde terreno ante buena parte del empresariado nacional. El gobierno ha buscado el tema de los monopolios desde hace dos años. Ha intentado combatir en el terreno de la telefonía. Y ha querido tomar la iniciativa en todo el frente de batalla contra Slim. Pero ha fracasado una y otra vez. Y ahora, al perder confianza de algunos empresarios, tiene que emplearse más a fondo para rescatar el peso, para intentar rescatar algo de los inversionistas y para detener la avalancha de capitales hacia fuera del país que amenaza con desatarse. Slim ha hecho una apuesta enorme. Y el gobierno lo más que ha logrado, es un tibio golpeteo con dos muy menores funcionarios que sólo hacen crecer más a Slim. La crisis ha cobrado una dimensión especial gracias a una confrontación que, se acepte o no, tendría que haberse manejado con muy diferente óptica… Pero los problemas del gobierno no terminan con el asunto Slim. La crisis ha colocado frente a frente al gobierno con el Congreso. Javier Lozano Alarcón, el mismo que quiere golpear a Slim, provocó al Congreso para que elaborara una nueva reforma laboral. Pero la respuesta fue contundente. Y lo fue no contra el secretario del Trabajo, sino en contra del gobierno de Felipe Calderón. Los legisladores no cayeron en la trampa del señor Javier Lozano. Y no sólo no lo hicieron, sino que exhibieron la incapacidad política del gobierno en lo general y de la Secretaría del Trabajo en lo particular, en el tema. En síntesis, si el gobierno quiere una reforma, deberá hacer primero su tarea. Tendrá que alcanzar acuerdos, elaborar un proyecto, presentarlo a la sociedad y convencer a los trabajadores. Y eso, negociar, es algo que al gobierno no se le da y que Javier Lozano no entiende.
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