Notas

Y qué

En un anuncio mural exhibido en andenes del Metro, aparece la leyenda: “Alto al calentamiento global, que se derriten los hielos”. En él se promueve la marca de un ron.
Me parece que el problema del calentamiento de la Tierra no debe ser motivo de la banalización que hacen la empresa y sus publicistas. Ese asunto es lo suficientemente grave como para que todos, todos, nos preocupemos y nos ocupemos en cuánto podemos aportar a una cultura de prevención y acción para tratar el problema.
En los espacios donde actuamos, el hogar, el barrio, la escuela, el trabajo, la diversión, la familia, la comunidad próxima y distante, mucho podemos hacer a favor de la causa de la Tierra. Permítaseme la acotación.
Por otra parte, en el anuncio en cuestión, quien convoca al consumo de esa bebida es una joven. La fotografía del mural presenta a una chica de unos 20 años que, entre coqueta, pícara, y gesto despectivo dice “soy antillano y qué”
Bueno. En estos tiempos de “chiquillos y chiquillas”, jóvenes y jóvenas, estudiantes y estudiantas, sobrecargos y sobre cargas, colimenses y… señoras de Colima, en lugar de soy antillano, debiera ser soy antillana.
Vaya con ese afán de “resolver” problemas de tratamiento de género que lleva a dislates como lo que ahora ocurre. Por allí, en carteles, el gobierno del Distrito Federal, por ejemplo, que promueve programas a favor de niños escribe, sin rubor alguno Niñ o/a s. Coloca la letra a encima de la letra o.
En otro cartel, destinado a ancianos y ancianas, en lugar de la o y la a que diferencian al género, pone el símbolo de arroba @.
En realidad el problema de la discriminación de género es algo más que una cuestión gramatical. Y a eso me conduce la reflexión en torno a dos cuestiones inmersas en el anuncio referido. Uno: el destinatario del mensaje alcohólico, jóvenes. Otro: el género al que va dirigido. ¿Es eso una de las consecuencias de la búsqueda de equidad? Que tan consumidores de bebidas alcohólicas sean varones como damas.
Hace unos días caminaba por la Avenida Universidad. Cerca de un “antro”, próximo a la Ciudad Universitaria, con amplia vista a la calle, que, de lunes a lunes, se llena al grado de que las filas de quienes espera, mesa, son nutridas, en un rincón aledaño, una chica se colgaba del cuello de un joven. Ambos en claro estado de ebriedad. Alcancé a escuchar, mientras pasaba, una parte de su diálogo. El: “así que el amor te vale…” Ella: “no, no es que me valga, es que estoy hasta… de borracha”.
Sí. El estado en que se encontraban era evidente. Su actitud, por la desinhibición ocasionada por el exceso de alcohol, era propia de un lugar privado. Fuera de la vista pública. Pero no. El ron, como el tequila, el brandy, o… tienen esa característica. Provocan pérdida de formas de comportamiento que, en otras condiciones, se cuidan. Por respeto a sí, a la familia, a los demás. Independientemente de riesgos innegables en que se incurre al disminuir, o perder, alguno de los sentidos que la bebida, repito, inhibe.
Así. Anuncio, jóvenes, equidad de género, escena callejera, visión del antro, de los antros, en conjunto, aparecen en mis reflexiones al mirar ese anuncio “Soy antillano y qué”.

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