Opinión

¡Oremos por nuestros gobernantes!

El domingo pasado los mexicanos elegimos  a nuestro próximo Presidente de la  República, diputados federales y senadores. A su vez, los habitantes del Distrito Federal designaron al jefe de Gobierno y, en algunos estados y municipios, se eligió a cinco gobernadores y a más de ciento cincuenta presidentes municipales. Sin duda, para muchos fue difícil reconocer la derrota de su partido y sus candidatos.

En la democracia así es: uno gana y otros pierden, sea por un voto o por un punto porcentual; pero la mayoría se impone, sea absoluta o relativa, la mayoría siempre gana. En este entorno post electoral, cabe recordar que Dios muda los tiempos y las edades; quita reyes y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos (Dn.2:21). ¿Qué significa esto? Que Dios es el Rey soberano de todo el universo. El único que tiene el control absoluto sobre principados y potestades en los cielos y en la tierra. Él gobierna con justicia y poder todas las naciones. Dios es el que en su voluntad permisiva y directiva dirige el destino de los pueblos.

Luego entonces, los resultados obtenidos el domingo 1º de julio, al margen de colores y personas, están dentro del conocimiento, voluntad, permisión y dirección de Dios. Esto no quiere decir que Dios se inclinó a favor o en contra de un partido o candidato. Tampoco significa que sus designios tengan tintes políticos. Simplemente permite que los hombres en el ejercicio de su libre albedrío elijan responsablemente a sus gobernantes para recibir después el fruto de sus buenas decisiones o las consecuencias de sus malas elecciones. Si Dios fuera quien eligiera en nuestro lugar no estaríamos en una democracia, sino en una teocracia.

Lo cual sería mucho mejor, pero ¿dónde quedaría el estado laico y sus instituciones? Creo que todo lo que hasta aquí hemos construido como nación libre, soberana e independiente durante más de doscientos años, ha sido en la bendición de Dios y, por tanto, asumamos responsablemente lo que hasta aquí hemos hecho o dejado de hacer, pues de ello daremos cuenta al Rey de reyes y Señor de señores.

En este orden de ideas, bueno es recordar y hacer lo que dice el apóstol Pablo a Timoteo: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” (1Ti.2:1-4).  Esto significa que en un espíritu de gratitud, gozo y paz, debemos pedir a Dios por las necesidades espirituales y materiales de todos los hombres, y sobre todo, por nuestras autoridades; pues independientemente de su ideología partidista o de su fe religiosa, nuestro deber es pedirle al Señor les conceda conocimiento, sabiduría, ciencia e inteligencia para un buen gobierno. La razón de estas rogativas, oraciones y peticiones a Dios es muy simple, la responsabilidad de cada uno de nuestros gobernantes es muy grande y solamente el Señor les puede ayudar.

Cuando el hombre se ensoberbece y no toma en cuenta a Dios en el ejercicio de su administración viene a ser como una bestia, sin razón, sin discernimiento, sin sentido y sin visión. Tal es el caso de Nabucodonosor (Dn.4), quien no entendió los designios de Dios en el gobierno de los pueblos hasta que se volvió a Él y proclamó: “Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Dn. 4:37). Es triste cuando algunos gobernantes en lugar de consultar a Dios para pedir su consejo y dirección acuden a ídolos, magos, brujos o hechiceros. Esto en nada contribuye al bien de una nación. La Biblia registra muchos casos lamentables así, de ahí la exhortación del apóstol Pablo.

Nuestro país vive una realidad crítica en lo social, económico, político y cultural. Los datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) así lo confirman. No se trata de simulaciones sino de realidades. Y mientras no seamos capaces de reconocer la realidad crítica que vivimos como nación, difícilmente podremos salir de este laberinto. Por tanto, asumamos nuestra responsabilidad con Dios y con nuestra patria. Oremos por nuestras autoridades y gobernantes y sujetémonos a ellos cada día.  Estimados lectores: Por el Señor y por México esforcémonos y haga Dios cono nosotros como bien le parezca.

Noé Díaz Alfaro es Pastor en la
Iglesia Cristiana Interdenominacional, A.R.
ser@iciar.org

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