Todos quieren dinero. El gobierno federal, los gobernadores, los alcaldes, los órganos electorales, los Derechos Humanos, IFE, IFAI, diputados, senadores. Se desgarran vestiduras contra el alza de impuestos; los empresarios, que exigen se cobre IVA en todo, alimentos y medicinas; por vía de sus cúpulas recriminan el proyecto fiscal calderonista, exigen al gobierno federal inversión y obra pública por conducto de los empresarios. Y no hay propuestas que sirvan de solución real y viable.
Se convierten en trincheras de batalla, por modalidad se encadenan las críticas. ¿Qué quieren los empresarios que no tengan o no reciban del gobierno? El Presidente Felipe Calderón los exhibe y les exige cooperación con las finanzas públicas. Arremete contra ellos y sostiene que las empresas que más ganan son las que menos impuestos pagan. No sólo los empresarios critican; militantes panistas distinguidos en el foxismo atacan el proyecto fiscal de Calderón, como Manuel Espino que parodiando el lenguaje foxista dice que empeorará la jodidez del mexicano.
El mandatario reprocha a los empresarios y a otros sectores. Suena bien. Y sin embargo, un presidente enojado, veleidoso, no es un mandatario estadista. Tiene el gabinete y tiene la Secretaría de Economía para conducir los sectores empresariales. Es al secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, a quien debe exigir, que someta al entendimiento a los líderes de los grandes corporativos de la macroeconomía. Es evidente que no reúne la capacidad para ello y que el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, no le queda tiempo para asumir ese vacío. Los discursos recriminatorios, las catalínarias públicas no son el mejor camino para los pactos y entendimientos que logren acciones y que garanticen una mejor calidad de vida a los mexicanos. El mandatario tiene el camino para la solución; nuevas leyes para acabar con lo prebenda a empresarios que dió Vicente Fox, con Francísco Gil en Hacienda. El enojo no es lo mejor para un presidente.
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