En el reciente proceso electoral que desembocó en su triunfo, el primero de julio pasado, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el arquetipo de casi mito, mientras que los candidatos perdedores, José Antonio Meade siguió el modelo de burócrata tecnócrata no creíble y Ricardo Anaya el de un candidato que no logró conectar con los ciudadanos, afirmó el doctor Edgar Esquivel Solís, docente del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Unidad Cuajimalpa Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), al realizar un análisis de la imagen de los excandidatos.
La construcción del patrón en el que cada aspirante buscó cobijo permitió, casi en automático, desarrollar una narrativa vinculada “a todos los contenidos olvidados y reprimidos, pero presentes en el inconsciente” y, en ese sentido, normaron la conducta, la personalidad e influyeron en las decisiones de los votantes.
En un análisis de la pasada contienda política ofrecido en el Coloquio del Departamento de Ciencias de la Comunicación 2018, Esquivel Solís refirió que otras expresiones son los mitos, leyendas, metáforas y rituales utilizados en la construcción del discurso.
Las menciones constantes del virtual presidente electo a personajes como Benito Juárez, Francisco I. Madero, Lázaro Cárdenas, por ejemplo, “busca que proyecten su fuerza sobre su figura”, pero también hay un regreso de arquetipos como el de nacionalismo revolucionario.
Llama la atención que a López Obrador le llevaran incluso hijos enfermos en lo que es “un modelo que se está transformando casi en un mito que podemos cuestionar y criticar, pero que hay que tratar de entender”, porque es una figura que desborda lo político cuando la gente le otorga “ciertos dones o divinidad”.
El candidato del PRI –Antonio Meade-, por su parte, batalló para desarrollar un prototipo creíble y verosímil; le costó mucho trabajo porque se negó rotundamente a tomar distancia de la actual administración, lo que limitó mucho su actuación “porque no tenía margen de maniobra”.
Su rol en ese sentido era el de un funcionario del gobierno que seguía órdenes y la idea del burócrata tecnócrata y de especialista inmaculado con el que pretendieron colocarlo no fue verosímil para la sociedad.
En el caso de la campaña de Ricardo Anaya el problema es que desde que inició buscó disputarle el mismo arquetipo a López Obrador, con una pequeña desventaja, pues el candidato de Morena tiene más de 20 años de trayectoria, mientras que Anaya había sido legislador, pero nunca ocupó cargos ejecutivos.
Este intento por disputar el mismo paradigma a López Obrador “le dificultó la construcción de una narrativa creíble y, por tanto, no conectaba con el público”, señaló.
Esta fue la contienda presidencial de López Obrador, en su sexta campaña electoral –dos al gobierno de Tabasco, una a la de la Ciudad de México y tres a la presidencia– y esto le ha permitido tener “bastante fogueo y construir el prototipo del héroe que le permite moverse en una banda que va del héroe, al viejo sabio y al padre”. Hay muchas lecturas que pueden hacerse, pero más que un voto de hartazgo de la sociedad mexicana fue uno de confianza sumamente fuerte.
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