Rechazo las represalias, ‘la ley del Talión’. Soy un pacifista: AMLO
Rafael Cienfuegos Calderón
UNIDAD.- El Presidente Andrés Manuel López Obrador no está sólo. Él lo sabe. Por eso convocó a la unidad nacional. Y sabe que los mexicanos buenos y malos, fifís y chairos, neoliberales y conservadores, la mafia del poder y el hampa del periodismo, como los ha dividido, y más aún sus incondicionales seguidores, cerrarían filas para afrontar la amenaza llamada Donald Trump. También sabe que no todos los mexicanos están de acuerdo en cómo está gobernado, con sus caprichosos y riesgosos proyectos, con los recortes al presupuesto, con la farsa de la austeridad republicana -en Conade, Conacyt, Nafin y las secretarías de Educación Pública, Gobernación, Relaciones Exteriores y Comunicaciones y Transportes gastan millones en alimentos y comidas gourmet y eventos sociales-, con sus arengas contra la corrupción y el perdón a los funcionarios del pasado que afirma saquearon al país. Sin embargo, el respaldo aunque no generalizado de legisladores federales y locales, gobernadores y presidentes municipales, dirigentes obreros, campesinos, sociales, religiosos y de empresarios lo recibió de inmediato porque se trata de una amenaza extranjera que atenta no contra el Presidente de la República y su gobierno, sino contra el país, la economía y el bienestar de la población, y porque es menester defender la dignidad de México. Empero la defensa de los intereses nacionales no se puede limitar a la realización de un mitin de protesta, máxime cuando es evidente que a Trump lo único que interesa es reelegirse y vender electoralmente la idea de que el flujo migratorio es una amenaza a la seguridad nacional y que la culpa es del gobierno de México porque no se esfuerza por detenerlo, y los aranceles son su arma política. El éxito de la concentración en Tijuana, el Presidente lo sabía, se fincaría no en el número de asistentes, sino en la respuesta a las represalias comerciales de Trump, que se esperaba fuera firme y acorde a la situación, lo cual no ocurrió. El lunes López Obrador reveló que había previsto anunciar el sábado que se aplicarían aranceles de 5 al 25% a las exportaciones norteamericanas, igual que como lo pretendía hacer Trump, pero que como el acuerdo fue bastante balanceado porque se habían planteado medidas y propuestas más drásticas en un principio y se logró un punto medio, tuvo que cambiar de opinión. Si se toma como cierta tal revelación, esa hubiera sido la respuesta lógica, una muestra de valor y de coherencia con su dicho de que “no puedo permitir a nadie que se atente contra la economía de nuestro país”. Pero la referencia que hizo como complemento a su exposición de que “a título personal, como persona, como ciudadano rechazo las represalias, ‘la ley del Talión’. Soy un pacifista…” abre una rendija de duda sobre si en realidad la respuesta que inicialmente tenía prevista López Obrador era “ojo por ojo”.
RESPIRO.- El acuerdo migratorio con Estados Unidos frenó solo de momento los aranceles y dio a México un respiro de 45 días, tras los cuales se evaluará si se están cumpliendo a satisfacción las medidas que se impusieron y aceptaron los negociadores mexicanos. A decir del canciller Marcelo Ebrard, que México reciba a los migrantes centroamericanos que tengan en trámite solicitud de asilo en el vecino país, que la Guardia Nacional refuerce la vigilancia en la frontera con Guatemala, y que cumpla con la aplicación de las leyes migratorias.
RIESGO.- ¿Los miles de migrantes a los que se permitió el ingreso indiscriminado y que se encuentran en la frontera norte, más los que logren ingresar al país, son una amenaza para la seguridad y la estabilidad social y económica? Sin duda podrían serlo si no se aplican medidas adecuadas e inteligentes. El gobierno debe tomar en cuenta que su estadía implica darles atención alimentaria, médica, educación, vivienda y trabajo, y que hay millones de mexicanos que por ser pobres tienen esas carencias y están en espera de que el gobierno las cubra.
SOMETIDO.- Una de las críticas más severas del hoy Presidente de la República a los gobiernos neoliberales, de Salinas de Gortari a Peña Nieto, fue su haberse sometido a las directrices del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional para establecer la política económica y de desarrollo social. Hoy, para su mala suerte, está sujeto, sin que tenga otra salida, a cumplir no directrices sino exigencias migratorias que le impone un gobierno cuyo presidente ve a México como su patio trasero, no como vecino o como amigo.
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