Una cosa es atacar (perjudicar, dañar, afectar física o moralmente) y otra discrepar (no estar de acuerdo en asuntos, ideas o acciones), pero el Presidente no lo entiende así. Acusa que quienes piensan diferente, exponen contradicciones, excesos e imprecisiones, cuestionan proyectos, acciones y decisiones, y hacen ver que los buenos deseos, la felicidad colectiva y los dogmas espirituales no empatan con la realidad, son los enemigos que lo quieren dañar y buscan frenar la Cuarta Transformación. Ya lo dijo en Veracruz, están conmigo o contra mí. Quiere definiciones y que se deje de simular; somos conservadores o liberales. Se está por la transformación o en su contra, se está con la honestidad y por limpiar la corrupción o se apuesta a mantener los privilegios de unos cuantos.
Es su personal estilo de gobernar. Estar con él implica convertirse en borrego y perder dignidad y doblegarse y callar y aceptar sin chistar lo que haga, validar sus dichos y los otros datos, creer que los abrazos detendrán la violencia homicida, que el Tren Maya es la panacea para el sureste del país, que la refinería de Dos Bocas dará autosuficiencia en gasolina y diesel, que ya no hay crisis sanitaria, que la economía se recuperará a partir de julio, y que para diciembre habrá 2 millones de nuevos empleos. Optar por el derecho al libre pensamiento y la libertad de expresar, cuestionar, criticar y discrepar de las formas de ser y actuar del presidente, implica ser fifí, corrupto, conservador y enemigo.
¿En qué situación quedan quienes no están ni con él ni contra él, pues no hay término medio? La postura y la visión del Presidente, radical y limitada, inducen a una mayor división entre la población, de por sí afectada por la pérdida de empleo e ingresos y la agresividad del virus, si asume como enemigos, además de ricos y clasemedieros, a quienes siendo parte del pueblo bueno y de los no privilegiados, critiquen o manifiesten desacuerdo con el jefe del gobierno del cambio.
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