El primer encuentro de los gobernantes de México y Estados Unidos resultó ser cordial, sin sobresaltos, porque ambos optaron –por acuerdo o coincidencia e interés- por algo que les gusta y hacen muy bien, decir falsas verdades. El mexicano reconoció a su homólogo por el respeto a la soberanía nacional y la comprensión hacia el país, el norteamericano resalto la amistad que tienen ambos y la relación bilateral cercana, que nunca había estado mejor. El lisonjeo fue de ida y vuelta en los mensajes que se dirigieron. El visitante: Usted no ha pretendido tratarnos como colonia, sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente. Por eso estoy aquí, para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto. Nos ha tratado como lo que somos: un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano.
El anfitrión: La relación entre Estados Unidos y México nunca había sido tan estrecha como lo es hoy, más cercana. Se dijeron amigos, a pesar de que es la primera vez que se ven las caras y hablaron personalmente, pues esporádicamente habían hablado por teléfono en los últimos dos años. Lo que más aprecio, es que usted nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía -el Presidente mexicano-.
A este gran Presidente me gustaría decir que ha sido un placer tenerlo con nosotros y ha sido un privilegio tenerlo como amigo, hemos tenido una relación muy buena desde el principio -porque- las personas de México y Estados Unidos se conjuntan en una fe compartida «somos naciones soberanas»; el pueblo mexicano es valioso –el Presidente norteamericano.
Fuera de lo anterior, lo único concreto de la visita a la Casa Blanca fue el acuerdo para que México y Estados Unidos trabajen en la investigación y elaboración de una vacuna contra el coronavirus; sobre el contrabando de armas y estupefacientes hubo solo la mención que hizo el norteamericano del esfuerzo conjunto para combatirlo, igual que para detener la trata de personas.
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