El daño que causo la ministra Esquivel
Rafael Cienfuegos Calderón
El estigma del descredito y la desconfianza seguirá a la ministra Jazmín Esquivel tanto en su vida futura como ahora que se aferra a continuar en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), aduciendo que no tiene nada que ocultar ni de que avergonzarse. Continuaré trabajando intensamente. Y hoy más que nunca, por la dignidad de las personas, defendiendo la Constitución y los derechos humanos, así como los principios democráticos de México. No importa que se demuestre legalmente (si llega a suceder) que cometió plagio o si le retiran el título de licenciada en Derecho por “tomar” contenido de otra tesis para elaborar la suya y no importa tampoco que el presidente que combate la corrupción y propugna por la honestidad la defienda. Lo que sí importa es el daño que causa a la Suprema Corte al desprestigiarla, el daño que causa a la UNAM al poner en duda la calidad y profesionalismo de los estudiantes que prepara, y el daño que causa a la imagen del jefe del Poder Ejecutivo que la propuso como magistrada y que la impulso para que se convirtiera en presidenta del máximo órgano de justicia. Además de esas consecuencias, el caso del plagio propició que el presidente padre de la transformación arremetiera contra las autoridades universitarias con una nueva andanada de calificativos y acusaciones. A este respecto, expuso Mauricio Merino, investigador de la Universidad de Guadalajara (El Universal, 16-01-2023): Todo el escándalo derivado de la tesis de licenciatura de la ministra Yasmín Esquivel ha sido, para las autoridades de México, el producto de una conspiración. Alguien le deslizó los documentos copiados a Guillermo Sheridan (académico y periodista) quien, según los dichos del presidente de la República, es parte de un grupo perverso que no ha hecho más que dañar al país. Lo hicieron, entre otras inconfesables razones, para impedir que prosperara la muy profunda reforma judicial que habría emprendido el grupo de ministros afines al titular del Ejecutivo y ahora, encima, las corruptas autoridades de nuestra máxima casa de estudios le han tendido una trampa al gobierno pidiendo que sea la SEP quien decida sobre la validez del título otorgado a la ministra Esquivel. De su parte, la ministra también se ha llamado a agravio, convencida de la falta de ética de quienes urdieron esa conspiración que, además, forma parte de una deleznable conjura heteropatriarcal. A la ministra le asiste el derecho personal de decidir quedarse en la Suprema Corte, pero en realidad su permanencia depende de la evaluación que haga el Presidente. A él le conviene que esté ahí porque necesita aliados para enfrentar las controversias que hay contra el traslado de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa y las que se presenten contra las reformas a la Ley Electoral, si se aprueban en febrero. Empero, sin embargo, si estima que el impacto afecta su proyecto político podría darse el caso de que le pida a Yazmín Esquivel que presente su renuncia con la posibilidad de que le ofrezca un cargo en el gobierno transformador. En tanto, cada acción de trabajo que emprenda en la Corte estará marcada por la desconfianza, y el descredito es posible que la siga aun fuera de ese ámbito. Pero como escribió Carlos Puig (Milenio, 11-01-2023): Sabemos que en este país nadie renuncia a una posición de poder no importa lo que suceda (ni modo). Ella ha demostrado que quiere hacernos pensar que ella no hizo nada mal. Así que siendo este el país que es, seguramente ahí seguirá. Nadie la respetará demasiado, será una ministra cuestionada siempre, pero, eso sí, con toga y sueldo. Triste.
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